Esos 15 minutos en una silla tras recibir la segunda vacuna en Fira de Barcelona, ese hospital de campaña que sigue siendo un auténtico milagro logístico-sanitario, eran la antesala de algo muy parecido a la libertad, un alivio largamente esperado. El silencio, el mismo que en la cola para entrar en los pequeños consultorios, hacía presagiar un homenaje, el recuerdo colectivo por todos los familiares o amigos que pasaron el covid. Por los que no lo superaron y por los que ingresaron en la unidad de cuidados intensivos sin saber; y sin compañía. Porque eso, el no saber, es quizás lo peor de esta pandemia. Ahora llega una nueva variante, la ómicron, que muchos insisten en localizar geográficamente -como Trump hacía con el "virus chino" o el "virus de Wuhan"-, y la vacuna ya no basta para ahorrarse el confinamiento en el caso de ser un contacto estrecho con un positivo. Esta es la crónica de una casualidad, pero también lo es sobre la globalización, las dudas y la gestión de la cosa pública.
Las incógnitas de la pandemia
Crónica de un vuelo Ámsterdam-Barcelona con la ómicron a bordo
El covid genera extraños vínculos, como el de coincidir con un positivo en un vuelo y que tu vida, que destilaba cierta normalidad, vuelva a los inicios de la pandemia. Sin dramas, claro que no, pero con dudas razonables
Un avión de KLM, en la zona de estacionamiento del aeropuerto de Schiphol, el pasado 27 de noviembre /
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