Aracely Sánchez pensó que el proceso administrativo sería sencillo. Nunca había hablado con nadie que hubiera interrumpido su embarazo en España, pero sabía que aquí la práctica era legal si se cumplían los plazos. Más allá de la complejidad que una decisión de este tipo comporta para quien tiene que tomarla, creía que una vez asumida todo iba a ser rápido, fácil. No lo fue. Durante 11 días, desde que comunicó a su médico de cabecera que iba a dar el paso hasta que se le practicó la intervención, tuvo que ir de un lado a otro, fue tratada con racismo por parte de los servicios de la Comunidad de Madrid (“las inmigrantes venís aquí a abortar cada vez que os da la gana”), culpabilizada por los mismos funcionarios (“estas cosas se deciden antes”), presionada para que no lo hiciera (“éticamente no está bien”), forzada a justificarse (“un hijo puede unir a la pareja”) y exhortada a mirar la pantalla durante su ecografía.
Derechos de las mujeres
El laberinto cruel y racista de Aracely para abortar en Madrid
Pensaba que el proceso para interrumpir su embarazo sería sencillo, pero se vio inmersa en un periplo administrativo lleno de culpa, reproches y xenofobia
Aracely Sánchez, en un parque del centro de Madrid. /
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