Autopistas sin barreras

El fin de los peajes en Catalunya pone en jaque los restaurantes de carretera

Maria Dolors posa en el aparcamiento de su hotel restaurante, en Medinyà, a los pies de la N-II / David Aparicio

En la carretera, cualquiera que les venga a la cabeza, es habitual cruzarse con cadáveres arquitectónicos. Esqueletos de metal o piedra convertidos en lienzos para grafiteros que conviven con una naturaleza efervescente. Las carreteras son seres cambiantes, ríos que han generado todo tipo de vida a su alrededor; un hábitat tan reconocible como necesario que depende en buena medida del flujo de coches. El fin de buena parte de los peajes, sobre todo los de la AP-7, generará un trasvase de vehículos hacia la vía rápida. Algunos estudios dicen que hasta un 30% de los conductores darán el salto a arterias principales. Ya está sucediendo, y para los restaurantes afectados, los de la ‘nacional’ de toda la vida, es una mala noticia. Otra más, pues para ellos, esto es un llover sobre mojado. Se les viene encima el ‘efecto Panadella’, seguro que se acuerdan, ese núcleo elevado de Montmaneu (Anoia) que era parada y fonda obligada en la ruta Barcelona-Lleida por la N-II hasta que en 2004 se terminó la autovía A-2.

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