La charla transcurre primero en una plaza y luego en su casa. Porque entremedio, la mayor, Claudia, sale de música mientras el pequeño juega con un amigo del cole en la calle. Y luego, claro, hay que empezar a cerrar el día con baños y demás liturgias familiares. Marta Nomen es la madre y se levanta varias veces para ayudar a Luca, una peonza con patas. “Tengo los ojos verdes y azules”, dice el renacuajo, de cuatro años. Los ha heredado de su padre, David Merci, italiano, de Roma. Han pasado por todos los tópicos de la pandemia: cocinar como si no hubiera un mañana, colgar el dibujo del arco iris y el ‘tot anirà bé’ en el balcón, teletrabajar, agotar las opciones de ocio en Barcelona, discutir… Y ahora, un año después del primer y más crudo confinamiento, cuando olisquean el aroma a cierta normalidad, pasan revista. “Hemos bajado una marcha en nuestra vida. Tenemos más paciencia. Y no, no hacía falta tanta vida social”.
14-M, un año del estado de alarma
"Tenemos más paciencia, menos vida social y más empatía con los hijos"
Estos son los aprendizajes que ha dejado el covid en una familia de Barcelona que intenta sacar el lado positivo a la pandemia
Marta, David y la pequeña Claudia, en la plaza de Sant Vicenç. El pequeño Luca estaba en casa de un amigo /
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