En 1970, cuando el ‘Marisuca Albo’ atracó en el Puerto de Algeciras después de meses echado a la mar, Pedro casi se desmaya nada más poner un pie en tierra. Una riada había arrasado Tarifa y su familia lo había perdido todo mientras él estaba faenando. Sin teléfono ni internet, la comunicación con los suyos solo viajaba en una dirección: la de las postales que enviaba cada vez que pisaba puerto y que su hija Juani aún conserva. Porque ser contramaestre de un merlucero en aquellos años era vivir confinado soportando golpes de mar y sin apenas conexión con el mundo. Los tiempos han cambiado, y aunque el sopor y el encierro siguen siendo el mayor enemigo de los marinos, en la mayoría de los barcos hay teléfono. Es así como Patricia recibía los mensajes insistentes de su familia pidiéndole que volviera a casa cuando su buque, el 'Celanova', fue abandonado en puerto. O como Demyan, un marinero de un barco atracado en Barcelona, supo que su mujer acababa de dar a luz a su primer hijo. Y como muchos descubrieron en medio del océano que acababa de declararse una pandemia.
Efectos de la pandemia
El covid deja a 400.000 trabajadores del mar atrapados en sus barcos
Los tripulantes aguardan complicadas repatriaciones mientras cumplen más meses de los permitidos enrolados
Entrega de lotes de Navidad a tripulantes de un barco por parte de la entidad Stella Maris, en Barcelona /
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