una historia de superación

El sueño de Brahim, el joven que llegó en patera para ser futbolista

El adolescente acaba de hacer realidad su anhelo de jugar a fútbol con un club de la capital catalana

Vive en el hogar autogestionado de la Casa de Cádiz, donde le acogieron hace nueve meses

Brahim entrenando en campo de fútbol de Fort Pienc en Barcelona. / ÀNGEL GARCIA

Brahim Ben Ouiguemane (Oumjrane, Marruecos; 2001) sonríe casi siempre. Su sonrisa, deslumbrante, de hecho, tan solo desaparece al regresar hacia un pasado que sigue haciendo mucho daño. "Recuerdo muchas cosas de aquellos tiempos. Cosas muy fuertes. Pero no quiero hablar de ellas.", arranca. El fútbol fue, siempre, un refugio, un oasis, para aquel niño, nacido en un pueblo tan pequeño como pobre, saqueado, a unos 500 kilómetros del estrecho de Gibraltar, que iba a la escuela descalzo, con los libros rotos, sucios y en una bolsa de plástico, y al que le encantaban las clases de Historia. De una Historia que siempre ha dejado al margen a las personas como él.

"Corría todo el día detrás de la pelota; sobre la arena. Nos hacíamos sangre. Caíamos. Pero al día siguiente volvíamos", suspira Brahim, que, con 17 años, y "huyendo de la desesperanza, persiguiendo la libertad", lo dejó todo para viajar hacia Tánger con la intención de cruzar el estrecho. Solo. Sin su familia.

"Tuvimos que cruzar una montaña, caminando durante seis horas. Y bajo la lluvia. Llegamos a un acantilado. De cinco o seis metros. Tuvimos que saltar para subir a la patera", añade. En la espalda todavía tiene las marcas que le dejó aquel salto. En la cabeza, el recuerdo de un viaje, de unas dos horas que no olvidará nunca.

"A medio camino empezó a entrar agua. Pensábamos que nos moriríamos todos, que no llegaríamos a Algeciras. Nadie debería tener que viajar con patera. Puedes morirte ahí. Tenemos que encontrar una solución", argumenta, lamentando que tantos hayan hecho tan poco para evitar que el Mediterráneo acabara convirtiéndose en un infierno, en un cementerio, y que hoy todavía sea necesario reivindicar que ningún ser humano es ilegal

"He vuelto a acercarme al mar. Pero le tengo miedo al agua", reconoce Brahim; ya en Barcelona, ya mayor de edad. Pero, lejos de ser un día feliz, el día de su decimoctavo aniversario, expulsado del sistema público de acogida y condenado a abandonar el centro de menores en el que había vivido hasta entonces, se vio obligado a volver a las calles; donde ya había tenido que dormir tanto en Algeciras como en Barcelona. 

En medio de esta situación, encontró refugio, hace ya nueve meses, en la Casa Cádiz, un hogar autogestionado, ocupado, que, basándose en el apoyo mutuo, en la solidaridad, da techo a personas sin hogar en Barcelona, a la sombra del templo de la superficialidad que es hoy la Sagrada Familia. Es la casa de los que no tienen casa. "Es mi casa. Son mi familia. Si no hubiera llegado aquí no sé donde estaría. En un parque, quizás; muriéndome de hambre y de frío", apunta; sentado sobre su cama, jugando con su inseparable amigo Ronny.

Brahim en el hogar autogestionado de la Casa de Cádiz, de Barcelona, donde reside. / ÀNGEL GARCIA

Un perro y una pelota vieja

El perro y una antigua pelota eran lo único que podía hacer aflorar la sonrisa de Brahim en sus primeros días en la casa; en mayo del año pasado. "Estaba siempre solo. No hablaba con nadie", recuerda. "Él lo ha pasado muy mal. Muy mal. El mundo en el que vivía era horrible. Tanto que le llevó a hacer cosas para evadirse. Para desaparecer. Todavía tiene mucho miedo. Todavía le hacen daño los traumas. Pero ha avanzado. Y no ha perdido ni la bondad ni la ternura. Ni la humildad. Ni la sonrisa. Sonríe siempre, pase lo que pase", enfatiza el activista Lagarder Danciu, uno de los impulsores del espacio.

Las heridas apenas han empezado a cicatrizar, y quizás nunca acabarán de hacerlo de todo, pero el sonríe; feliz, resiliente, con muchas ganas de "soñar en un mundo que prohibe los sueños". Y de materializar estos sueños. Como el de jugar al fútbol con un club de Barcelona. Lo hizo realidad el viernes, cuando superó una prueba con el Can Clota-La Plana-Can Cervera FC, de Esplugues de Llobregat.

"Cuando pisé el campo sentí una cosa que no puedo definir con palabras. Volví a los días en los que jugaba descalzo en Oumjrane. Yo tan solo quería tocar el balón. Como un niño. Fue un día muy emocionante", sentencia un Brahim que espera que le lleguen los papeles para, además, comenzar a trabajar como modelo.

"Los pobres también tenemos derecho a soñar", repite. Y, mientras los ojos le chispean de alegría, concluye: "El pasado me hace mucho daño. No puedo olvidarlo. Pero ahora tengo un sueño. Y quiero darlo todo para ser un altavoz de la gente que no tiene casa. De los de abajo. Porque nadie viva en la calle. Porque la gente deje de girar la cabeza, como si no pasara nada, ante esta situación. Porque no haya ricos ni pobres. Algunos tienen 10 casas. Algunos no tenemos ni una".