Esta risueña vecina de Cornellà de Llobregat es una de las 597 criaturas nacidas en la maternidad de Elna, fundada en 1939 por la enfermera suiza Elisabeth Eidenbenz para atender a las refugiadas de la guerra civil internadas en campos de concentración del sureste de Francia. Antonia Santamaria no tiene recuerdos de aquel 3 de abril de 1941, claro está, pero atesora los pedacitos de memoria que le regaló su madre, Esperança Ortuño.
-Al estallar la guerra, en el Baix Llobregat se organizó una compañía de voluntarios para ir al frente. Mi padre, que era un republicano idealista, se alistó. Llegó a suboficial y durante tres años combatió en la sierra de Alcubierre, Foz, Calanda y en las batallas del Segre. Fue herido tres veces, una de ellas de gravedad. Ante la inminencia de la derrota, pasó la frontera y fue trasladado al campo de concentración de El Barcarès (Rosellón), en pleno invierno. Por suerte, al cabo de cuatro meses lo reclamó un tío que vivía en La Bastide-sur-Les, cerca de Perpinyà, y le dio empleo de albañil.
Su madre cruzó a pie los Pirineos para encontrarse con su marido, suboficial republicano. Y ella nació en la mítica maternidad.
-¿Y su madre? ¿Seguía en Cornellà?
-Sí. Pero tenía 23 años, estaba muy enamorada y quería reunirse con él. Como no le facilitaban la documentación, se fue a Figueres y cruzó a pie por La Vajol (Alt Empordà). Sola. De noche. Por el bosque. Con un monederito que contenía un peine y una toalla. Cuando se hizo de día, sin saber si había o no cruzado la frontera, llena de arañazos, oyó hablar en catalán. Eran dos gendarmes y la llevaron a la prefectura de El Voló. Indagaron y contactaron con mi padre.
-¡Se encontraron, al fin!
-Sí. Se instalaron en La Bastide-sur-Les y se quedó embarazada de mí. Así que ella no fue a parir a Elna desde un campo de concentración, como la mayoría.
-¿Qué contaba su madre de Elna?
-Se quejaba de que le hablaban en «extranjero». Creo que ninguna de las madres fueron conscientes de la proeza de Eidenbenz, que también salvó a muchos niños judíos, ni de que Pau Casals ayudaba económicamente a la institución. Todo cobró relevancia a partir de las investigaciones de la historiadora Assumpta Montellà. Sí sé que mi padre apuntaló las paredes de Elna que bailaban por el efecto de la tramontana.
-¿Ha visitado alguna vez la maternidad?
-Cuatro veces. En 1964, durante la luna de miel, mi marido y yo planeamos visitarla de camino de París, pero tuvimos problemas con el pasaporte y acabamos en Andalucía. En 1974, fuimos con mis padres, pero no pudimos entrar porque las malas hierbas hacían impracticable el acceso y el edificio estaba casi en ruinas. Ya restaurado, lo visité, emocionada. Aparezco en una placa como Antonio S., pero me dijeron que lo cambiarían.
-¿Qué fue de sus padres?
-Mi padre se habría quedado en Francia, pero estalló la segunda guerra mundial y corrió la voz de que movilizarían a los exiliados. Así que volvimos a Cornellà. Mi padre pasó por un campo de depuración en Madrid y mi madre fue detenida y recluida en la prisión de Figueres por haber salido de manera ilegal.
-¿Estuvo usted con ella?
-Yo tenía menos de un año y me llevaron con los abuelos hasta que ella salió al cabo de tres meses. Ya reunidos, mi padre, como era buen paleta, tuvo siempre trabajo, y mi madre se empleó en una hilandería.
-Se había clausurado el drama.
-No. Mi madre se volvió a quedar embarazada y cuando mi hermanito tenía 4 años, chocó de frente jugando con un primo, el médico no dio importancia al hematoma y murió de un derrame. Aquello, la guerra y la muerte de tres hermanos suyos por tifus en una semana, amargó el carácter de mi madre. Nunca fue feliz.
-¿A usted le vinieron mejores cartas?
-Sí. Trabajé en la Siemens como mecanógrafa, me casé con un santo varón [Ignasi Sayol, nieto de uno de los fundadores de ERC en Cornellà], y tengo dos hijos y dos nietos estupendos. Ellos me han dado una buena vida.