Gente corriente

Pepeta Pla: «Ya no hay nada ni nadie que me pueda parar»

«Ya no hay nada ni nadie que me pueda parar»_MEDIA_1 / MARC VILA

Pepeta Pla, 87 años, simboliza la experiencia de muchas mujeres de su generación: sacrificio, obediencia, sumisión a un marido autoritario. Solo que Pepeta -¡una celebridad en Tona (Osona)!- tenía impreso en los genes el ansia de libertad. Trabajó sin rechistar en la tocinería de su esposo durante 30 años y crio con esmero a un hijo, pero a los 65 dejó el cuchillo jamonero sobre el mostrador y rompió algunas cadenas.

Hizo un doctorado en sacrificio hasta que cumplió 65 años. Pero hoy, a los 87, imagina lo que quiere hacer, y lo hace.

-Protagoniza una valla publicitaria en Tona.-Vino una empresa de fibra óptica y consultó al ayuntamiento qué vecinos podían posar para un cartel. Como querían a una mujer, el alcalde dijo: «La Pepeta Pla». Me pusieron maquilladora y peluquera, sacaron mi lado bueno... ¡y me dieron mil euros!

-Ya era famosa antes. Me conocen hasta los gatos. Dicen que soy muy trempada, aunque también tengo mi genio, ¿eh?

-¿De dónde saca la energía?-Siempre tuve ganas de disfrutar, de correr, de jugar. Si mi padre no me dejaba que bailara en el esbart, yo me escapaba por la ventana para ir a los ensayos. A los 12 años me convertí en retratista -mi padre alquiló una tienda de fotografía-, y cuando tenía 22 pedí tres días de permiso en la fábrica textil -llevaba yo sola seis telares- y me fui a París. Como tenía el diploma de corte del sistema Martí, la idea era pedir trabajo, incluso gratis, a un sastre que conocía. Pero me dijo: «Este país no es para ti. Vuélvete». No era mi destino.

-¿Su destino era el matrimonio? Yo no quería casarme. No encontraba a nadie que me gustara. Pero, cuando tenía 34 años, el encargado de una cafetería le habló de mí a un charcutero de Perafita que hacía dos años que se había instalado en Tona. Nos encontramos en el baile y a los seis meses nos casamos. Él tenía dependientas, pero necesitaba a alguien para tirar del carro. Nos iba bien. Podíamos matar 16 cerdos en un día y nuestras llonganisses eran conocidas en la comarca.

-Sospecho que hay un pero... Siempre tuve que decirle amén. Y si compraba una aguja de coser, tenía que apuntar lo que me había costado. Haciendo de más y de menos con las cuentas, fui pagando toda la casa (él no decía nada porque los números cuadraban). Hacía juegos malabares. Mi hijo me decía: «¿Por qué no le dejas? Pero yo me casé por la iglesia, prometí obediencia y lo cumplí hasta que él falleció.

-¿Su hijo tampoco lo tuvo fácil? No se llevaba bien con su padre, no. Cuando acabó la educación básica, el director nos dijo que el niño tenía mucha cabeza y que le animáramos a seguir estudiando, pero mi marido dijo que ni hablar. Estaba obsesionado con el negocio. Hasta que, a los 65 años, me armé de valor, le dije que dejaba de trabajar y que empezaría a hacer lo que quisiera. Mi hijo, con 25, también dejó el oficio y se fue a estudiar periodismo.

-¿Qué es lo primero que hizo usted? Fui a ver la puesta del último sol de 1999 en Jerusalén. Me sentí tan liberada... A partir de ahí, encajando los enfados de mi marido, viajé a Australia, Dubái, Japón, Rusia, Mongolia, China, Chile -subí al Cerro Paine-, Perú, Sudáfrica. Este septiembre me voy a la India.

-Ese ímpetu estaba en su naturaleza. ¿Cómo aguantó tantos años sujeta? La fe me ha permitido aguantar. Soy muy devota. Voy a misa los domingos, tengo la casa llena de imágenes, paso el rosario mientras hago labores.

-Tiene años por delante. Disfrute. Mi madre murió a los 100 años y yo nunca he estado enferma. Cada día voy a la piscina municipal y subo al castillo de Tona. Suelo ir en bici. He hecho parapente y pienso probar el paracaídas. Ya no hay nada ni nadie que me pueda parar.