La familia de Tino vive en una habitación de ocho metros cuadrados. En un armario sujeto con clavos a la pared para que no se desarme, guardan todo el vestuario. Bajo el somier, dentro de bolsas de plástico y de maletas, amontonan el resto de sus pertenencias. Sobre el colchón, duermen ellos, los cuatro: Tino, su mujer Rosario y sus dos hijos Daniel y José, de 5 y de 3 años.
En la habitación de al lado, en dos literas y una cama plegable, viven la madre de Tino, Isabel, su hermana Eva y sus tres hijos, Mariquita, de 11 años, Curro, de 10 años, y Rafael, de 5 años. En el comedor, en una cama que guardan durante el día en la galería, se acuesta otra de sus hermanas, María, junto a un perro "de muy malas pulgas".
En esta casa, de entre 40 y 50 metros cuadrados en total, se ha declarado la guerra al desorden porque tenerlo todo escrupulosamente organizado es el único modo de no acabar siendo devorados por la claustrofobia. Tras dos años hacinados en estas condiciones, la desesperación de Tino la ilustran mejor que nadie Daniel y José, que mientras su padre concede la entrevista, se zurran imitando el grito del Increíble Hulk.
Rosario trata de aplacarlos, aunque no le resulta fácil. “El pequeño [José] encadena una bronquitis tras otra por culpa de la humedad de estos bajos y, además, es hiperactivo. Cuando sale a la calle después de pasarse todo el día sobre la cama, enloquece”, dice preocupada. Este lunes ha sido fiesta en Sant Adrià y el mayor tampoco ha tenido clase. Los dos están "nerviosos", necesitan "más espacio".
La de Tino es una de las 53 familias que ganaron en setiembre del 2014 una de las 53 casas que subastó el Consorci del Barri de la Mina a cambio de un alquiler reducido. Todas son viviendas vacías que pertenecen a los problemáticos y envejecidos edificios Marte, Levante, Saturno y Venus. "No es el mejor lujar, pero cierras la puerta y mis hijos tendrán una casa para ellos. El resto me da igual", razona Tino. "Tenían que darnos las llaves enseguida, pero seguimos esperando”, protesta. Por eso, el vicepresidente Juan Carlos Ramos, ha informado de que deja su cargo. “Las familias llevan más de un año y medio aguantando” y no existe “voluntad política” para darles una respuesta, zanja Ramos.
CAMBIOS DE PLAN
Rafael Perona, presidente del Centro Cultural Gitano de la Mina, ha ejercido de mediador entre las administraciones y las familias afectadas. Como Ramos, ve que algunas disputas políticas internas entre los distintos organismos implicados están relegando las necesidades de estos vecinos a un segundo plano. “No es tolerable, las familias necesitan urgentemente estas casas, no tiene sentido que lleven esperándolas casi dos años”, remarca.
La última "excusa" ha sido que no se va a tomar ninguna decisión hasta que se haya elegido "el nuevo responsable del Consorci", explica Perona. El presidente del Consorci, integrado por los ayuntamientos de Barcelona y Sant Adrià de Besòs, la Diputación de Barcelona y la Generalitat, "deben elegirlo desde el gobierno catalán". Pero "está vacante desde finales del 2015", denuncia.
Paqui Jiménez, portavoz de las familias del edificio Venus, el bloque “más deteriorado” de los cuatro, recuerda que el plan de transformación del barrio de la Mina (PTBM) pasaba por derribar este bloque y realojar a sus 190 familias. Sería "la mejor opción", mantiene Paqui. Pero mientras se lo piensan, “que entreguen las llaves de una vez a estas 53 familias”. Como la de Tino, para la que cada día cuenta.