Fue una dura experiencia para Adrià Franch, intérprete de 33 años, pero también una lección de vida que este joven jamás olvidará. El miércoles, Adrià recibió un encargo inesperado: debía hacer de traductor en la reunión que mantuvieron en el hotel Don Jaime de Castelldefels la dirección de Lufthansa / Germanwings y los familiares de las víctimas del vuelo a Düsseldorf.
Adrià llegó a las 17.30 horas («dispuesto a estar a la altura de la seriedad que requerían las circunstancias»), pero desde el primer momento se sintió implicado con «la lección de humanidad» de padres, madres, hijos, hermanos, mujeres, maridos, parejas y amigos de las víctimas, entre 150 y 200 personas reunidas en una fría sala de hotel que necesitaban respuestas. «Pude ver en las miradas de dolor, rabia, incomprensión, miedo y tristeza profunda con las que me crucé el miedo y la desolación», explica Adrià.
Los directivos -«en todo momento respetuosos y también muy afectados»- se volcaron en ofrecer los detalles y apoyo posibles. No había supervivientes, afirmaron desde el primer momento, y aunque esa información no era nueva para los presentes, dolió; más si cabe que la primera vez porque, una vez admitida la pérdida, descartada toda posibilidad de agarrarse a una esperanza, solo quedaba una cosa a la que aferrarse: «'¿Van a repatriar los restos de mi hijo, si es que los encuentran?', me preguntaba a mí una señora mayor a la que yo no quería más que abrazar», recuerda Adrià.
La gran pregunta
Ese era el gran interrogante abierto en la sala: «¿Podremos enterrar a nuestros familiares?» Porque más allá de los sentimientos liberados en forma de quejas, que las hubo -«algunos protestaban porque nos les había informado bien; otros porque el número de atención a los familiares no funcionaba; una joven preguntaba desesperada dónde estaba su marido....»-;
más allá de la retahíla de datos que ofrecían los representantes de Lufthansa y de sus reiteradas disculpas, a aquellos familiares y amigos solo les interesaba saber a qué hora partía el avión o el autocar que al día siguiente les llevaría a los Alpes con una sola esperanza: recuperar los restos de sus seres queridos. «Nunca hasta ahora he visto tan claramente que el cuerpo es sagrado, lo único que queda y lo queremos cueste lo que cueste», afirma Adrià. Solo así parece que es posible cerrar el ciclo que da paso al duelo y permite celebrar la vida.
«Mientras me alejaba del hotel -explica Adrià- lágrimas brotaron de mis ojos y sentí tristeza, compasión y también un gran agradecimiento por la generosidad de todas aquellas personas que tanto sufrían. En silencio y de manera íntima, mis pensamientos estuvieron con las víctimas y pude celebrar la vida, la amistad y el amor».