Se busca superhombre

El poder absoluto, la presión, la responsabilidad y la exigencia física hacen del papado un oficio casi inhumano

Los cardenales asisten a la misa previa al inicio del cónclave. / GABRIEL BOUYS (AFP)

Un carrusel interminable de audiencias, un sinfín de ceremonias que tampoco se acaban nunca, la exigente elaboración de sesudas encíclicas y escrutadas homilías, viajes por cualquier rincón del mundo con agendas que se dirían diseñadas por el mismísimo diablo; y mucho más que eso, la enorme responsabilidad del timón de la barca de Pedro, con más de 1.200 millones de pasajeros a bordo, en las únicas manos de un vicediós.

El poder absoluto, la soledad absoluta. Con la inestimable colaboración de la curia, que, con sus intrigas, sus corruptelas y sus escándalos económicos y sexuales, sabe ¿o hasta ahora ha sabido¿ que los papas pasan y ella permanece. Unos amigos con los que no hacen falta enemigos. No es que el de Pontífice, hoy por hoy, no sea un oficio para viejos; no solo se trata de tener más o menos vigor, como dijo Benedicto XVI al argumentar su renuncia, es que ser Papa es sencillamente inhumano.

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