Las mujeres lo tenemos peor por la crisis. Es un hecho. Aún no se habían consolidado cuatro medidas que podían hacer nuestra vida un poco más justa --por ejemplo, la ley de dependencia-- que los recortes ya se lo han llevado prácticamente todo por delante. Y lo más dramático de toda esta situación es que socialmente se acepte que por este motivo recuperemos el rol doméstico de cuidadoras casi absolutas del hogar y de la familia. Con la precariedad laboral que estamos viviendo, muchas mujeres se han encerrado en casa tratando de asumir tantas tareas como pueden para poder reducir gastos familiares. Y esto incluye la atención a enfermos crónicos, sin recibir ayuda de la administración, con toda la responsabilidad y la soledad que esta tarea conlleva. Pero cuidado, que este cúmulo de despropósitos económicos y corruptelas no pongan en peligro también los derechos más básicos de nuestros hijos. Históricamente, cuando se ha llegado a este punto, las mujeres han abanderado pequeñas revueltas que han desembocado en grandes revoluciones.