Análisis

Capitalismo de bolsillo

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JUAN RAMIS-PUJOL

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Hace algunos años, cuando cayó el muro de Berlín, algunos teorizaban sobre el fin de la historia. Nuestro destino parecía haber quedado definitivamente escrito en aquel momento. Y ya solo quedaba el capitalismo como sistema director de nuestra civilización. Lo que en su día era simple especulación teórica empieza a adquirir ciertos tintes de dramática realidad. Los desahucios que se han venido acelerando en estos últimos meses han creado, con razón, gran alarma social.

En esta crisis ya han asumido los costes las familias, los trabajadores, los autónomos, los funcionarios y la pequeña y mediana empresa. En cambio, las grandes corporaciones, financieras u otras, así como la élite política, han evitado en lo posible asumir costes. Han pospuesto en lo posible cualquier ajuste, provocando además una gran bola de nieve que, de nuevo, van a absorber los ciudadanos del país. Se ha tirado de la cuerda hasta límites insospechados. Y el caso de los desahucios probablemente sea el más sangrante.

¿Cómo se explica que mucho más del 90% de las ayudas estatales por la crisis hayan acabado en los bancos? Una de las racionalizaciones habituales ha sido: «Si cae el sistema financiero, caemos todos». ¿Y por qué, si son demasiado grandes para caer, los seguimos engordando? ¿No se está generando con estas decisiones el embrión de mayores problemas futuros? ¿Por qué no los troceamos y los hacemos, a partir de ahora, verdaderamente responsables de sus actos? El pretendido orgullo de tener grandes corporaciones «españolas» clavando picas alrededor del mundo no puede anteponerse a la destrucción de la clase media de este país.

El más grande de los padres del capitalismo,Adam Smith, lo dijo muy claro: «Ninguna sociedad puede ser feliz y próspera si la mayoría de sus ciudadanos son pobres y desgraciados». Así pues, el capitalismo bien entendido, el original, no implica necesariamente soportar estas consecuencias. El problema no son ni los mercados ni el capitalismo. El gran problema tiene nombre y apellidos: los grandes mercaderes y la clase política que le sigue al paso. Ni los directivos representan al capital, ni los políticos a los ciudadanos, sino solamente a sí mismos. Además, todos con un pensamiento único, sesgado e interesado que se escuda en lo que nos imponen otros desde fuera. Se nos pide un ajuste, sí; ¡pero no que esté tan mal repartido!

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Es simplemente indecente encubrirse en una ley de 1909 para arruinar a la clase media de este país y además, con ello, seguir evitando que se pinchen mínimamente ciertos bolsillos. ¿En qué momento han perdido estos toda referencia con los principios básicos del humanismo? Pues bien, ya que la ética desapareció también con la historia, seamos realistas: el único lenguaje que comprenden los mercaderes del siglo XXI, y sus políticos, es el de su propio bolsillo. Así pues, establezcamos los incentivos, las multas y las penas que aseguren un mejor comportamiento de todas las clases dirigentes.

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