Manuel Riscos entró en el bar Juan de Sant Miquel de Fluvià (Alt Empordà) como tantas otras veces, pero ese día de noviembre del año pasado cuando levantó un brazo para pedir un café, cayó fulminado al suelo. Un infarto le dejó inconsciente y moribundo. Era un caso de muerte súbita y en otras circunstancias habría perdido la vida en apenas 10 minutos. Dos vecinos, sin conocimientos de medicina ni de primeros auxilios, recordaron que hacía poco habían instalado un desfibrilador en el centro cívico del pueblo y decidieron utilizarlo. Esa mezcla de generosidad, determinación y tecnología le salvó la vida.
Al igual que Manuel, en los últimos meses otras tres personas se han beneficiado del programa pionero impulsado por la Diputación de Girona para instalar una red de desfibriladores automáticos en la mayoría de pueblos de la provincia.
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