La monumental manifestación de indignados en Roma, en la que participaban más de 200.000 personas, acabó ayer empañada por los disturbios provocados por unos 400 individuos violentos que se enfrentaron a la policía durante dos interminables horas de guerrilla urbana. Los agentes, que habían sido destinados a vigilar las sedes políticas y financieras durante la marcha, llegaron tarde a la zona de los altercados y una vez allí no supieron o no pudieron disolverlos.
La violencia -triste excepción en una jornada eminentemente festiva en todo el mundo- comenzó en la céntrica vía Cavour, donde varios vehículos fueron incendiados y puertas y vidrieras de tiendas y oficinas bancarias fueron destrozadas, así como un cajero. Los alborotadores, que atacaron asimismo una oficina del Ministerio de Defensa y otra del ayuntamiento, se enfrentaban a las fuerzas del orden con adoquines y petardos, y los agentes respondían con gases lacrimógenos. Un furgón de los carabineros fue incendiado, y los heridos se contaban por decenas. Columnas de humo negro dominaban el cielo de Roma.
Durante horas las escenas fueron surrealistas: una ingente multitud de manifestantes pacíficos desfilaban hacia la plaza de San Juan de Letrán, donde debía terminar la marcha, ignorando que se libraba una verdadera batalla, y huían despavoridos. Algunos se refugiaban en la basílica de San Juan, y una estatua de la virgen fue troceada y arrojada a la calle.