Isabel Ramos Casas (Vigo de Sanabria, Zamora, 1917) es la mujer más anciana de Sant Martí. Vivió las dos guerras mundiales y la civil. Pese a su siglo de vida recién cumplido, se encuentra bien físicamente, aunque la memoria a veces le falla. Por eso su hija, Mari Carmen Prieto, la ayuda con esta entrevista en la residencia Mutuam Güell, donde ha estado cuatro meses. Hoy ya vuelve a su casa.
-¿Por qué vino usted a Barcelona?
-Fue en 1971, llevaba casada desde 1946 y llegué con mi marido y mi única hija. Me vine a Barcelona porque vinieron todos los del pueblo, Vigo de Sanabria. ¡Cómo me iba a quedar yo sola! Todo el mundo emigraba. Pero aún me acuerdo de cuando hacíamos la matanza en el pueblo.
-¿Lo visita a menudo?
-Cada verano, siempre que puedo, voy para allá.
-¿De qué trabajó cuando vino aquí?
-Estuve de portera en un edificio. Pero en casa también trabajé mucho. ¿Qué os pensáis, que estuve quieta? [Risas] ¡Nunca he parado!
-¿Siempre ha vivido en Sant Martí?
-Cuando llegué en 1971 me instalé en la calle de los Enamorats, en Sagrada Família. Cinco años después, me vine a Sant Martí, donde llevamos ya 45 años. Mi única hija nació en Vigo de Sanabria, pero mis tres nietos y mis cuatro bisnietos han nacido aquí, en Barcelona.
-Hace poco le hicieron la fiesta de los 100 años.
-Sí, en el casal de barri y con la ayuda de la Associació de Veïns La Palmera. Vinieron 150 personas. Y fue una fiesta de verdad. Acudieron todos los vecinos y hasta gente de mi pueblo que vive en Barcelona. Había mucha comida: tortilla, empanadas, embutido, croquetas...
-Es usted la mayor del distrito.
-Sí, aunque este año hay dos señoras más que cumplen 100 años. En mi fiesta me regalaron muchas flores y la asociación de vecinos me dio una réplica de la plaza de la Palmera con una placa con mi nombre.
-¿Qué hay que comer para llegar a los 100 años?
-Patatas. Fritas y cocidas. Y pan también. Ahora yo no hago nada más que comer y andar.
-¿Alguna anécdota del barrio?
-Hace nueve años una vecina a la que iban a echar de nuestro edificio provocó un incendio. De milagro ese día mi hija había pedido fiesta en el trabajo para ayudar a mi nieta con su boda. A mi marido y a mí, con 90 años, no nos pasó nada porque ella nos ayudó.