CORONAVIRUS
¿Qué dicen ahora los científicos sobre si debemos seguir usando, y cómo, las mascarillas?
Ahora que la normativa ya no obliga a usar mascarillas en la mayoría de los sitios, a mucha gente le surge una duda más que razonable. Y la evidencia científica responde sobre cuándo debemos usarla y quienes deberían ponérsela
Lo que dicen los científicos sobre si usar o no mascarilla, ahora que ya no son obligatorias
Eduardo Costas | Catedrático de la UCM y Académico de Farmacia
Durante toda su vida Isaac Asimov (1920-1992), probablemente el mejor divulgador científico y escritor de ciencia ficción de todos los tiempos, fue testigo de una serie de extraordinarios logros de la medicina.
Desde el uso masivo de los antibióticos a la erradicación de la viruela y la práctica desaparición de enfermedades como la polio o el sarampión, mediante la vacunación masiva.
Todo eso le llevó a pensar que morir por una enfermedad infecciosa era algo del pasado. Que solo ocurría en sociedades científicamente y tecnológicamente poco desarrolladas.
Paradójicamente él murió de una enfermedad infecciosa.
En 1983 Asimov se contagió de VIH durante una operación en la que necesitó una transfusión. La sangre que le pusieron estaba contaminada con el virus y murió de SIDA 9 años más tarde.
Isaac Asimov ya nos retrató pegados a una mascarilla
En su portentosa mente literaria, Isaac Asimov imaginó una sociedad futura donde los avances en biología y medicina habrían llegado a tal extremo de desarrollo que prácticamente todo el mundo llegaría a superar los 100 años.
La gran mayoría de la gente acababa muriendo de vieja tras una larga y saludable vida, libre de enfermedades infecciosas.
Para lograrlo, su principal herramienta era una sofisticada mascarilla que nunca se quitaban. Desde que nacían vivían permanentemente con ella.
Esa mascarilla filtraba el aire que respiraban y les libraba de todo tipo de virus, bacterias, alérgenos y contaminantes químicos.
Llevar la mascarilla era para ellos tan natural como usar ropa.
alex.sopena@epi.es
En este momento nos invade una duda razonable
A mucha gente le surge una duda más que razonable.
¿Sigo usando mascarillas o dejo de usarlas ahora que la ley me lo permite?
Pero a tenor de lo que muestran los informativos, los españoles están divididos.
- Unos, deseosos de volver a la normalidad cuanto antes, ya han dejado de usarlas amparándose en la nueva normativa.
- Otros, los más prudentes, siguen pensando que el SARS-CoV-2 es un enemigo formidable y deciden que no hay que correr riesgos innecesarios.
Y como es frecuente hoy en día, las diferencias sobre el uso o no de mascarillas incluso tiene una parte de carga ideológica.
Por supuesto aquí tan solo abordaremos lo que dice la evidencia científica sobre cuándo debemos usar o no usar la mascarilla, y sobre quienes deberían usarla y quienes no.
Desde Hipócrates, la seguridad de las personas es el objetivo de la salud
Desde hace tiempo las ciencias de la salud se rigen por un viejo aforismo atribuido a Hipócrates: "Primum non nocere" (lo primero no hacer daño).
Dicho de otra forma: la seguridad de las personas debe ser el principal objetivo sanitario.
Sin duda quienes gestionaron la pandemia intentaron minimizar los riesgos sobre la salud.
Pero no fue lo único.
A la vez intentaron reducir el impacto que las medidas sanitarias tendrían sobre la hostelería, el turismo y la actividad económica de una sociedad fuertemente orientada al sector de los servicios.
A medio plazo apostaron por una vacunación masiva y el uso de mascarillas, reduciendo las medidas de distanciamiento.
Como resultado, en estos momentos los índices de vacunación y de utilización de mascarillas por parte de la población de nuestro país son de los más elevados del mundo.
Y ahora mismo la presión en hospitales y UCIs no es alta.
Son hechos reales que invitan al optimismo y han llevado a adoptar una situación de normalidad que incluye el fin de las mascarillas.
Pero tal vez deberíamos ser más prudentes.
alex.sopena@epi.es
No todos los datos son buenos
- España es uno de los países que tuvo mayor número de muertos relacionados con la pandemia. 162.000 según un estudio publicado el mes pasado en dos de las revistas científicas más prestigiosas del mundo: The Lancet y Nature.
- Y también somos el segundo país del mundo en el que más esperanza de vida se perdió durante la pandemia.
Desde mediados del siglo pasado la esperanza de vida de los españoles aumentó de forma rápida y continuada, hasta llegar a ser el segundo país del mundo con mayor esperanza de vida al nacer.
Pero el coronavirus redujo la esperanza de vida de cualquier español en algo más de año y medio, aunque de forma muy desigual entre las comunidades autónomas, que se movieron en una horquilla que va desde apenas un mes perdido en Canarias, hasta los dos años y nueve meses de pérdida registrados en Madrid.
Y ahora resulta que la COVID-19 ha hecho que ya varios países nos hayan adelantado en esperanza de vida.
Estas cifras deberían hacernos reflexionar sobre la peligrosidad del SARS-CoV-2.
Hay amenazas reales que siguen estando aquí
Para buena parte de los que se contagian, la COVID-19 no es una enfermedad grave.
Pero desafortunadamente resulta letal para mucha gente. Incluso gente joven.
Recordemos que la muerte de ancianos redujo la esperanza de vida. Pero que lo que más la reduce es la muerte de personas jóvenes.
Además, la COVID-19 puede dejar importantes secuelas en muchos de los que se recuperan.
- Desde la llamada Covid persistente
- Hasta cambios cerebrales adversos que limitan las capacidades cognitivas de los afectados.
Aparte de esto, la amenaza de la aparición de nuevas variantes más infecciosas, más letales, o ambas cosas a la vez, sigue pendiendo como una espada de Damocles sobre nuestras cabezas.
Son razones más que suficientes para que asumamos que, evidentemente, todos deberíamos evitar en lo posible contagiarnos por el SARS-CoV-2.
Ni todo es suerte, ni es solo suerte
En el hecho de que nos contagiemos, o no, sin duda habrá un componente estocástico.
La suerte influye, y sabemos que la probabilidad de contagiarnos es alta.
Tanto que ya lo han hecho alrededor de 11.750.000 personas según las cifras oficiales, que acostumbran a quedarse cortas.
Pero al margen del azar, nosotros podemos reducir enormemente las posibilidades de contagiarnos.
Y un poco de ciencia puede ayudarnos a escapar del contagio.
alex.sopena@epi.es
Lo que dice la ciencia para escapar del contagio
Es lo que se llama la dosis infectante. Y lo que a nosotros nos toca es impedir que entren esos virus.
Porque los virus no pueden reproducirse libremente en el medio ambiente.
Solo pueden hacerlo en el interior de las células que infectan, con el siguiente proceso:
1. Cuando penetran en las células toman el control de su maquinaria molecular y las ponen a producir más virus.
2. Las células infectadas se van llenando de virus recién fabricados y acaban explotando, liberándolos.
3. Muchos de los nuevos virus llegan a otras células vecinas y reinician el ciclo.
4. Otros salen al exterior a través de la boca o la nariz de la persona infectada.
Una vez fuera no vivirán mucho rato. Desde unas pocas horas a unos pocos días, en función de las condiciones ambientales.
En ese tiempo, si consiguen entrar en una persona pueden infectarla. Pero si no, terminan destruidos.
Dos ejemplos extremos
Recurriremos a dos ejemplos extremos que nos ayuden a comprender el riesgo que corremos de infectarnos con el coronavirus.
1. En el primero de ellos estoy sin mascarilla paseando por la orilla del mar en la costa de Cádiz, con un fuerte viento de poniente.
- No hay gente a mi alrededor que pueda liberar virus.
- Incluso si la hubiera el viento diluye muy rápidamente los virus y los arrastra lejos, reduciendo drásticamente su densidad.
- Además, en el exterior los virus durarán poco tiempo, entre otras cosas por acción de la radiación ultravioleta.
- Aunque no tenga mascarilla, no corro riesgo alguno.
2. En el segundo ejemplo estoy sin mascarilla en el interior mal ventilado de un local muy concurrido.
- Tengo a muchísima gente poco prudente a mi alrededor, con lo que la probabilidad de que haya alguien contagiado que libere virus al ambiente es muy alta.
- Una vez que esto ocurra, esos virus van a permanecer suspendidos en el aire durante mucho tiempo.
- No hay radiación ultravioleta que los dañe y la humedad de la respiración de la gente hace que las microgotas en las que están no se desequen fácilmente.
- Si encima permanezco muchas horas en su interior, la probabilidad de que acabe inhalando una dosis infectante del SARS-CoV-2 es muy alta.
Pero si en ese local tan concurrido y mal ventilado en el que es casi seguro que me voy a contagiar por pasar allí demasiado tiempo, utilizo una mascarilla FPP2, tengo una protección muy buena y los más probable es que no me contagie.
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Una conclusión sencilla
Y el coste de usar la mascarilla FPP2 (precio de compra + incomodidad de utilizarla) es muy pequeño frente al beneficio (no coger la COVID-19).
Así que no nos engañemos. Utilizar una mascarilla FPP2 tiene una excelente relación entre coste / beneficio.
Vale la pena usarla.
Hay muy poco que perder y mucho que ganar.
Y si a pesar de todo queremos usarla el mínimo tiempo posible, siempre podemos minimizar el riesgo.
Qué variables debemos tener en cuenta
Para minimizar el riesgo resulta útil tener en cuenta qué hay 3 variables que incrementan enormemente el peligro en un lugar determinado:
- La cantidad de gente, su densidad, su tasa de renovación y su grado de imprudencia. Cuanto más, peor.
- Las condiciones ambientales del lugar, en especial su tasa de ventilación. Cuanto menos, peor.
- El tiempo de permanencia en dicho lugar sin mascarilla. Cuanto más, peor.
Ecuación coste / beneficio
Lógicamente, en la estimación de la ecuación coste / beneficio de usar la mascarilla también debemos tener en cuenta las circunstancias personales.
Por ejemplo, deberían usarla siempre:
- Los no vacunados con la pauta completa
- Las personas de edad avanzada
- Los enfermos parcialmente inmunosuprimidos.
…Y más beneficios
Por último, no podemos olvidar que la utilización de mascarillas tiene muchos otros beneficios además de la prevención de la COVID-19.
- Evita el contagio por otros virus de transmisión aérea como el virus de la gripe (y lo mismo con bacterias)
- Evita los alérgenos
- Frena los efectos de la contaminación atmosférica por partículas (como las PM10, PM2.5, etc.). Que no es un tema menor. Porque solo con esto se ahorrarían en el mundo muchos millones de vidas cada año, que se pierden por este tipo de contaminación.
También es importante el uso de la mascarilla en algunos colectivos, como por ejemplo los cocineros y el personal de bares y restaurantes. Porque son muchas las partículas de saliva que expulsan y caen sobre los alimentos o las bebidas, en el mejor de los casos cada vez que hablan
alex.sopena@epi.es
Tampoco le hicieron caso a Leonardo da Vinci
Muchos de los habituales tertulianos están expresado estos días vehementemente su opinión en este sentido.
Pues bien, llegados a este punto tal vez convendría recordar a Leonardo da Vinci.
El genio italiano fue, entre otras muchísimas cosas, maestro de ceremonias de Ludovico el Moro. Lo que hoy en día se definiría como un chef.
Y como en todo lo que abordó Leonardo, también introdujo cambios drásticos y acertados en los banquetes.
- Una de sus grandes aportaciones fue el uso de servilletas individuales.
- Otra consistió en separar a los aparentemente sanos de los claramente enfermos, para que comiesen en distintas mesas.
La consecuencia de esas decisiones fue que Leonardo tuvo que enfrentarse a una fuerte oposición. Tan dura que al final le costó el cargo.
La gente no quería que marginaran a los enfermos contagiosos haciéndoles comer en una mesa a parte de los sanos.
Ni mucho menos estaban dispuestos a dejar de compartir el gran trapo donde todos se limpiaban, para tener que usar un trapito cada uno. Lo que hoy llamamos servilleta.
No siempre todo lo bueno es fácil de entender. Pero las dos ideas clave de hoy son:
- Minimizar el riesgo y
- Valorar la ecuación coste / beneficio
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