Un hermano sin cuerpo (2): Desperdicio | Texto y podcast

Samuel me contó me contó que recoger comida de la basura era una práctica habitual en ciudades como Nueva York. Que el mercado capitalista explotador (alienante, claro) estaba pensado para producir y producir agotando los recursos de la Tierra

Un niño estudia en su hogar durante el confinamiento, el pasado 16 de abril. / EUROPA PRESS / IÑAKI BERASALUCE

Antes de todo esto mi hermano Samuel entraba y salía.  Aunque no tuviera trabajo no paraba en todo el día. Quedaba con sus amigos, iba a conciertos y asistía a conferencias, participaba en movilizaciones de todo tipo. Yo le avisaba cada vez que en el supermercado quedaba vacante una plaza de reponedor, pero él decía que no pensaba participar en el sistema capitalista alienante. Siempre decía alienante. Su contribución a nuestra economía consistía en recorrer las tiendas del barrio a la hora del cierre para recoger la comida a punto de caducar que las normas sanitarias obligaban a tirar a la basura. Él me detallaba las cifras del desperdicio de alimentos, y la verdad es que son tremendas. No tienen ningún sentido que haya tanta gente pasando hambre en el mundo y que la perversión del sistema produzca comida para tirar. Yo con eso estaba de acuerdo, pero aun así me resistía a comer cosas a punto de caducar. Me daba cosa, casi asco, aunque sabía que esos productos eran perfectamente comestibles. La abuela nos había enseñado a alimentarnos bien, cosas sencillas y básicas pero nunca recogidas de la basura. A mí, comer de la basura no me entraba en la cabeza. Mi hermano me decía que mis escrúpulos no tenían ningún sentido, que si los alimentos estaban bien, ¿por qué los teníamos que descartar para gastar dinero comprando otros iguales? Que recoger comida a punto de ser tirada no era distinto de cogerla de las estanterías. Su razonamiento era lógico, estaba de acuerdo con sus principios. Nuestra abuela, que besaba el pan cuando se caía al suelo, también nos había enseñado a no tirar la comida, pero no pude quitarme las manías, me daba la sensación de que si empezaba a alimentarme de los contenedores me sentiría como rebajada, como si me hubieran limado un poco la dignidad.