El Vergel del Mediterráneo (y 7): La silla de ruedas y los claveles (Carlota) | Texto y podcast

La triste y trágica historia de Carlota Sirvent, asesina confesa, es desentrañada por ella misma y por todos los que vivieron a su alrededor en las circunstancias que la llevaron a cometer el crimen

Solar abandonado junto a la N-II. Premià de Mar. / Julio Carbó

El detonante, ya lo he dicho, fue ese dichoso terreno. Fue como si allí se describiera mi futuro, como si un magnetismo de siglos me atrajera hacia sus profundidades. Ay, no sé, puede que exagere. Una vez cometes un crimen, ya todo vale. Lo he leído en prisión, que aquí hay una biblioteca con libros de citas. Copio lo que dijo un tal De Quincey, que, por lo visto, se atiborraba de opio o sustancias parecidas. Empiezas por matar a alguien, escribió, y acabas faltando a misa los domingos. Y eso quiere decir, según entiendo yo, que una vez has matado a alguien, lo que quieres es encontrar un sentido a lo que has hecho, pero creo que el tal De Quincey, que iba hasta el culo de opiáceos, exageraba al comparar el asesinato con ir a misa, que son cosas distintas, coño. Bueno, lo que quiero significar es que me vi impulsada por un agujero en la parcela que yo ya vi el primer día, en sueños, y que ese agujero tenía que llenarse y que nada mejor que llenarlo con la persona con quien acababa de alquiler el solar.