En el ático solo había un piso. El que debería haber sido el otro era una terraza enorme a la que solo se podía acceder desde el piso de Samuel. Antes había sido comunitaria, y aún había la puerta, sin número y cerrada a cal y canto. La había visto el día que Samuel me enseñó el piso por primera vez, cuando todavía estaba sin reformar y olía a sus antiguos propietarios. Samuel me había enseñado las habitaciones con el orgullo de quien se ha hipotecado de por vida, y cuando salimos le señalé la puerta y le pregunté dónde llevaba y él me contestó que a ningún sitio.
Hogueras (y 7): Ático | Texto y podcast
La rabia que había estado guardando todos aquellos años ahora me salía fuerte y clara como un chorro de agua, y grité, y me puse a llorar, y pateé la puerta y me lancé cotra ella con todas mis fuerzas
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