La semana pasada fui a comer a un restaurante del que salí regado de alcohol. Nadie agitó una magnum de Möet & Chandon y me duchó con su contenido, como si fuera un piloto de Fórmula 1 después de ganar un gran premio. Nah, mi vida no es tan excitante. Me explico: durante la comida pedí una caña, una cerveza traicionera que se escabulló del zarpazo del camarero, cayó como la bomba de Hiroshima sobre la mesa y me dejó los pantalones empapados.
Toma pan y moja
Cerveza en los tejanos
Quien más quien menos habrá sido víctima de una caída de vaso apocalíptica alguna vez en algún restaurante. Yo tengo unos galones en el asunto
cerveza
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