En una época en que las opiniones de la gente valen menos que un puñado de guano reseco, ahora que cualquier infraser con graves problemas de comprensión lectora puede acceder a Twitter e ilustrar a la humanidad con su ignorancia, choca el interés enfermizo que muestran cada vez más camareros por nuestra valoración de la comida in situ. “¿Qué tal?” y “¿os ha gustado?” se han convertido en mantras en muchos restaurantes de nuevo cuño. Y pueden hacer añicos tu paciencia.
Desconozco si se trata de una nueva táctica de acercamiento al cliente (hacerle creer que su opinión importa y esas cosas), pero de un tiempo a esta parte es imposible librarse del interrogatorio en cada plato. Tanto da si te has comido un bocata de berberechos o higadillos de colibrí alirroto a las finas hierbas, ten por seguro que la pregunta caerá como una losa una y otra vez. Y tendrás que contestar sí o sí.
Un juego perverso
El "¿le ha gustado?" disparado a discreción es un juego perverso: las personas educadas siempre responderán que “todo muy bien” con una sonrisa nerviosa, aunque les hayan puesto Whiskas en lugar de 'foie'; los fantasmones aprovecharán para dárselas de críticos gastronómicos y poner en tela de juicio puntos de cocción, aderezos o emulsiones en voz alta para que les oigan en toda la sala.
No es fácil impedir que te pregunten si te ha gustado cada maldito plato que llega a la mesa. Es algo muy 2019, un terreno desconocido en el que solo cabe la terapia de choque. Así pues, la mejor forma de atajar el asunto es recurrir a la cultura pop, en cuanto el camarero abra fuego en tono de colegueo: “Y qué, chicos, ¿os ha gustado el 'tartar' de salmón?”. “No, mire, nosotros como la canción de Astrud: todo nos parece una mierda”.