El sábado por la mañana, tras un sueño intranquilo, me despierto y me he convertido en una paloma. En un cuento eslavo, eso significaría que soy un ave blanca y pura cargada de simbolismo pacífico. En uno barcelonés, las connotaciones son otras. «Las ratas del aire», las llaman algunos. El caso es que nuestras palomas tienen ese aspecto resuelto de señorona de luto (vestidas con abrigos grises y negros) que se dirigen al mercado en grupo. Atentas ante cualquier trozo de cacahuete o Cheeto que caiga en el suelo, a veces también parecen un gang juvenil con pinta de querer pedirnos cinco duros o el peluco y su arrullo se parece bastante a una alarma submarina: pu-pú-pupú. Eso sí, en determinados momentos parecen Tony Manero entrando en la discoteca: con gesto de alerta, mirada a los lados y cabeceo al son de una música disco que solo ellas escuchan. Si ellas votaran en las elecciones municipales, decidirían la alcaldía: no hay ninguna población con tanto peso (se estima que ya viven entre nosotros más de 100.000).
Conde del asalto
Instrucciones para ser una paloma, por Miqui Otero
El Macba organiza cada sábado un taller familiar en el que mutar en ave
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