Conde del asalto

40 brindis en un Sidecar, por Miqui Otero

El templo de la plaza Reial de Barcelona celebrará sus cuatro décadas con grandes fastos, como una maratón de 40 horas seguidas de debates y conciertos

BARCELONA 11-06-2006 EXIT CONCIERTO EN SIDECAR DEL GRUPO DE MUSICA DELOREAN FOTOGRAFIA DE JOAN CORTADELLAS / JOAN CORTADELLAS

Miqui Otero

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No existían los euros, así que hay que imaginar una lluvia de pesetas aterrizando en una caja de cartón. El caso es que sí existían las cajas registradoras, por lo que deberíamos centrarnos en qué tipo de camarero o empresario prefiere mezclar billetes y monedas. 

«Es que da apuro eso de cobrar y tener una máquina ahí aparatosa», debía de pensar ese punk de 23 años que acababa de inaugurar la sala Sidecar y lo recuerda ahora, sentado en el exterior del mismo garito pero 40 años después, ese mismo punk, ahora un elegante tipo con rebeca gris marengo, gabardina y un paquete de Camel Light posado de canto en la mesa de zinc de la terraza. 

Si me permito esta introducción de dos párrafos es porque no hay nadie en esta ciudad que no conozca el Sidecar. Es más, si jugamos a lo de los seis grados de separación, es probable que en uno o máximo dos conozcas a alguien que ha tocado, expuesto, servido o pinchado allí durante estas cuatro décadas (yo mismo, lector, si no tienes otro a mano). 

Colas desde el primer día

Para Barcelona, sería más dramático que el Sidecar desapareciera a que se le cayera una letra de su nombre (Arcelona, por ejemplo). Es uno de los templos de la plaza Reial, pero quizás es más famoso que conocido. Y eso que su historia es magnífica y aún más si la cuenta Roberto Tierz, uno de sus fundadores, todavía al pie del cañón: «¡Es que encima imagínate, al cobrar la máquina haría clinc! Eso entonces era imperdonable para nosotros». 

Él, junto a otros socios, se iluminaron con un club que vieron en Holanda y tramaron montar algo parecido. «En esa época aquí había sitios para conciertos, pero, por decir un detalle: los camareros iban con uniforme», dice. Él, en cambio, se parecía más a Paul Simonon de The Clash que a un camarero de la Plaza Mayor de Madrid o de la Zeleste de Plateria. Y, además, tenía la misma edad y los mismos (o mejores) discos que los clientes. 

Así que colas desde el primer día en ese sitio que había sido el Texas, ese abrevadero con barra americana para la Sexta Flota. Y el primer día fue el concierto de Distrito 5, el 31 de diciembre de 1982: un garito que nace en Nochevieja y que tira los billetes en una caja de cartón está destinado a vivir menos que un mosquito o a ser inmortal como una montaña. 

Conciertos semiclandestinos

Desde aquel flechazo han pasado muchas cosas. Obviamente, hay noches favoritas. Los conciertos semiclandestinos de Manu Chao, claro. O, sobre todo, el de los New York Dolls. Pero gestionar un local en plaza Reial tantos años permite también ver a muchos artistas sin arte por la calle. «Estaba el Paraca, que se pasó un montón de tiempo gritando desde la azotea de un edificio de la plaza que se iba a tirar (sin paracaídas). O ese otro que no paraba de dar vueltas, pasando por delante del Sidecar cada pocos minutos. Siempre lo seguía una mujer. Al final le preguntamos a ella y nos dijo: ¡es que tiene muchos dientes de oro y me da miedo que se los roben!». 

Cuarenta años son el doble de nada, pero se celebrarán próximamente con grandes fastos, como una maratón de 40 horas seguidas de debates y conciertos. ¿Y verdad que la historia merece una novela? Pues ahí va otra: Tierz editará un libro de memorias sobre el asunto.

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Todo ello bajo una máxima gattopardiana: «El Sidecar no ha cambiado, porque no ha parado de cambiar». Quizás ahora tengan una caja registradora, sí. Pero no se centren en su clinc, sino en el de los brindis que haremos allí el día de su cumpleaños.

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