Estoy en un descampado de la montaña. No puedo ni cerrar el coche ni salir de él. Hay una pareja en chándal que enciende un infiernillo encima de una mesa de cámping. También hay un tipo descamisado que está arreándole latigazos al suelo con una cadena. Y una pareja que merodea entre los coches comentando los salpicaderos y otra, algo más lejos, que se morrea con mucha lengua y aspaviento. Han encendido allá arriba los famosos rayos y a tan solo unos metros, un montón de turistas presencian un atardecer dominical de cielo cobalto agujereado por luna llena. Una decena de roedores se persigue por este párking público y me pregunto si son ratones de campo o ratas de ciudad, porque estoy en Montjuïc, así que hay un poco de cada. Por cierto, son grandes, más tamaño ardilla que musaraña y más peli de Scorsese que 'Ratatouille'.
Conde del asalto
El artículo de Miqui Otero: Trata de arrancarlo
La mejor tarde de domingo, gracias a mi coche. Un coche al que se le acaba la batería antes que a un segurata la paciencia
MNAC
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