Donde ahora nos recibe esa ancha entrada de puertas rojizas adornada con plantas, antes había un portón pesado y estrecho, que llevaba a un bar oscuro, cargado de decibelios heavys y miradas recelosas (ojo, que aquello según el día tenía su qué). La acogida amable y despierta que nos ofrece el Bar Viu da una idea de primeras de los horizontes ampliados a los que aspiraba tras reformar por completo aquel bareto metalero y hermético del carrer de la Perla al que casi nadie entraba.
Su formulación es tan sencilla como escasa de encontrar: ambiente espumoso, elevado gusto musical y, por supuesto, buena priva y tapas que resucitan. En cuanto te sirven la primera, todo el ruido del día ha quedado atrás, porque en este garito extrovertido solo se respiran buenas vibras y fraternidad.
Parroquianos de altos vuelos
La música se oye tan bien como las conversaciones, no ves un solo gesto ansioso a ningún lado de la barra, y parece que todos aquí sean amigos. Se está a gusto. Enric, el propietario, no pierde la sonrisa mientras rememora que, cuando abrió hace casi 3 años, realmente todos los que iban eran amigos. Sus amigos, en concreto. Poco a poco, la aureola del local ha ido creciendo, hasta hacerse con una liga de parroquianos de altos vuelos: famosetes, la clásica tropa que no perdona la caña de media tarde, alegres noctámbulos, los que salen del cine con ganas de tertulia, y miembros distinguidos de las asociaciones de las fiestas del barrio.
La línea que manda en la sala es la música negra. Soul y funk del bueno, venga de donde venga. También hay acceso para la electrónica, el pop o el boogaloo. Tras su mesa hemos visto a celebrities como Pepe Colubi pinchando vinilos reggae, y este diciembre asoman el actor Artur Busquets y dos miembros de Manel. Eso sí, muchos de los Djs residentes son clientes habituales, como Santísima Trinidad, que decoran el bar a lo loco y ponen cirios a Josmar antes de entregarse a una bacanal de hits y petardeo.
La música es importante, pero en el Bar Viu no se andan con bromas con la comida. Entre su generoso repertorio de tapas tienen una ensaladilla rusa suprema, y un canelón XXL que te recordará a los de la iaia. Eso sí, cuando bajen las luces del bar y empiece a planear el ambiente nocturno, ya no te acordarás ni de tu madre. En cuanto circulan los chupitos de ratafía y los gins, se sueltan los geniecillos del baile. Las luces botan por el techo y se multiplican las miradas galácticas: unos bailan con la mochila puesta, como si aquello fuera el Sónar, y otros se murmuran al oído igual que beberían de las tetas de una vieja diosa. Este bar está muy vivo.