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Rosalía y los entrecejos XXL

Más allá del guiño a Frida Kahlo, el entrecejo de Rosalía también es síntoma del cansancio ante la depilación que se pulsa en la calle

La cantante Rosalía. / REUTERS / DANNY MOLOSHOK

Desde que la periodista Caitlin Moran lanzó su particular fatua contra la tiranía depilatoria íntima -"se nos está obligando a pagar por el cuidado y mantenimiento de nuestra entrepierna como si se tratara de un jardín de la comunidad", escribía en 'Cómo ser mujer'-, la disidencia velluda ha entrado con nervio en la conversación. Y prueba de ello es que Rosalía, maquinaria supersuccionadora de códigos folclórico-callejeros, ha sampleado el entrecejo de Frida Kahlo y lo ha añadido a su frenética mezcla de 'flashes' atávicos con uñas de gel, dientes de oro y plataformas sobre la que está construyendo su avatar de diva global.

No entraremos aquí en lo pertinente (o no) que es volver a la pobre Kahlo, manoseada hasta en los suvenires de autoayuda pop, pero cabe recordar que la mexicana, hace más de 80 años, ya se peinaba cada día su uniceja, e incluso se la repintaba con un lápiz Revlon, perfectamente consciente del cortocircuito de abyección que provocaba a quienes se cruzaban con ella.

Es difícil determinar en qué momento las cejas silvestres, como el vello natural, se convirtieron en enemigo público de las mujeres. En el antiguo Egipto -palabra de Herodoto- señoras y señores se las afeitaban en señal de duelo por la muerte de un gato doméstico, y en la Grecia y Roma clásicas la uniceja era sinónimo de sensualidad e inteligencia. De hecho, no fue hasta la edad media que las mujeres comenzaron a depilarse las cejas, incluso las pestañas, para 'despejar' la frente. Y aunque el vello está dejando de ser anatema -para fiasco de la industria que lo alimenta-, aún se ha de tener una seguridad de plomo para lucir cejas desbordantes fuera de videoclips y pasarelas.