JUEGO DE TRONOS

Rivera, exhibicionista de principio a fin

Albert Rivera, en el cartel electoral de Ciutadans.

Albert Rivera ha narrado en directo su despido del bufete de abogados Martínez Echevarría, la puerta giratoria que le sacó de la política tras hundir a su partido en unas elecciones que indirectamente convocó él. Rivera resume la última década de la política catalana y española: espectacularidad, vacuidad ideológica, liderazgo narcisista, tacticismo a golpe de tuit, demagogia a raudales y, al final, la nada después de hinchar un enorme globo de humo. La trayectoria no es muy diferente a la de Podemos (en el otro extremo del arco ideológico) o del procesismo (en el otro extremo del arco nacionalista) ni siquiera del colauismo que se las da de revolucionario. Y muy paralela a la de Vox, con quien comparte ese estilo de chulillo de Pedralbes o del barrio de Salamanca. España y Cataluña han dejado la regeneración en manos de los peores. De manera que, tras una década de alquimia, el emérito (como imagen de la impunidad acumulada al amparo de la transición) goza de mejor salud que sus adversarios. Rivera es el espejo de una época que puede acabar este domingo en Castilla y León, de la que no son solo responsables los políticos sino también algunos alquimistas de la derecha y de la izquierda que ahora sienten añoranza de los líderes que la verborrea de Rivera e Iglesias se llevó por delante.