El reto es convertir lo que a todas luces ha sido una mórfica sesión de investidura, la de Pere Aragonès, en una crónica sabrosa, algo que se mide, ¡ay!, por el número de lectores que llegan al punto final del texto. Háganlo, porque allí, como reclamo, se revelará a menos qué pasó el día en que Charles Chaplin se presentó de incógnito a un concurso de imitadores de Charlot. A ver quién da más, porque algo es algo comparado con lo poco que desde el atril ha ofrecido la sesión de investidura, no desde el punto de vista de los contenidos, sino de la puesta en escena, excepción hecha, por supuesto, de Alejandro Fernández, el Lenny Bruce de los escenarios políticos. Fuera de atril, lo cual es de agradecer, ha habido algo de ‘pasilleo’, el equivalente a lo que en los institutos de secundaria (si tienen adolescentes en casa, les sonará) llaman ‘salseo’, o sea, chascarrillos que si no son ciertos deberían serlos.
entre bambalinas
Una investidura que abre un despacho (literalmente)
Quim Torra convirtió en la octava puerta de Jerusalén la mesa y la silla de Puigdemont en el Palau de la Generalitat, un símbolo que, según el 'pasilleo', en breve finalizará
Pere Aragonès conversa con Laura Borràs, ambos enmarcados, muy a lo John Ford, por las puertas de una sala. /
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