Análisis

Prepararse para nada

La puesta en marcha de la asamblea de electos es la foto exacta del grado de degeneración, división y desorientación política que se vive en el campo soberanista. ERC plantó el acto, a pesar de ser un compromiso de legislatura, por considerarlo partidista. Razón no le falta.

El ’expresident’ Carles Puigdemont, rodeado de simpatizantes en Waterloo / EFE / JULIEN WARNAND

Hace ya un tiempo que el Palau de la Generalitat se ha convertido en la casa de tócame roque. En septiembre de 2019 el 'cupaire' Antonio Baños, la actriz Sílvia Bel, la lingüista Teresa Casals y el cantautor Lluís Llach, todos ellos respetabilísimos ciudadanos pero sin nómina de ujieres del departamento de presidencia, salieron al balcón de la institución como quien abre la nevera de su domicilio para abrirse una cerveza. Lo hicieron para colgar con sus propias manos una pancarta en la que se leía "libertad de opinión y expresión". El Palau de la Generalitat, con el beneplácito del entonces presidente, Quim Torra, se convertía ese día en un decorado apto para las puestas en escena de cualquier arrebato partisano y dejaba de ser el solemne edificio que alberga las dependencias de la primera institución catalana.