Opinión |
Violencia machista

Ana Bernal-Triviño

Profesora de la UOC y periodista.

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Hombres con un contrato sexual para violar

Es papel mojado y el consentimiento siempre es revocable. Pero parece que quieren proteger el privilegio de tener barra libre

Última manifestación contra la violencia machista en Las Palmas de Gran Canaria. / Juan Carlos Castro

De los creadores de “a ver si ahora las mujeres nos van a imponer un contrato para tener sexo” llega en 2024 “el contrato de sexual lo pongo yo”, con una cláusula con coartada para poder violar. Miguel Ángel Galán, presidente de la Escuela de Entrenadores, mostró en redes el contrato de consentimiento sexual compartido entre futbolistas de primera división.

El documento recoge que tienen que identificarse las dos partes, marcar el tiempo de la “relación”, detallar las actividades sexuales e incluso el “proponente”, es decir, él, indica los métodos anticonceptivos. Lo fuerte es el punto seis del documento. Refiere que puede ocurrir sin intención una penetración no consentida, “debido a movimientos involuntarios durante el acto sexual”. Es una cláusula de “violación accidental”. Una forma de lavarse las manos y un cajón de sastre para todo lo que se quiera justificar. Obvio, este documento no tiene validez. Es papel mojado y el consentimiento siempre es revocable. Pero parece que quieren proteger el privilegio de tener barra libre.

No sé si recuerdan aquel verano de 2022, con el debate de la ley del sí es sí, cuando una televisión creó pánico entre jóvenes varones, que se tragaron el bulo de que las mujeres habían creado un contrato sexual. Dos años después no es un bulo que hombres, en este caso futbolistas, manejan este documento. Todo esto es otra muestra más de cómo nos ven, de cómo nos tratan y de cómo quieren mantener un poder a toda costa. Después de tantos casos no recapacitan, hacen autocrítica o se esfuerzan por cambiar conductas. Quieren que permanezcan e imponerlas.

Ya en 1988 Carole Pateman nos contaba en su libro 'El contrato sexual' cómo toda la cultura disponía de una serie de derechos para los hombres y de obligaciones sociales para las mujeres. Un dar por hecho, como ha ocurrido con el esposo de Francia que drogaba a su mujer y los más de cincuenta hombres que la violaban. No hacía falta contrato porque ya había un código entre ellos de qué se puede hacer con nosotras. Es más, ahora sabemos que otro de los agresores fue alumno de Dominique Pelicot y le enseñó también cómo drogar a su mujer. 

Algunos tienen suerte y no les hace falta contrato para librarse de una buena. La Audiencia Provincial de Murcia ha llegado a un acuerdo para que proxenetas y puteros de menores, niñas de 14 años, vulnerables y violadas, se relajen. Los proxenetas acudían a discotecas o colegios para captar a las niñas que luego eran explotadas sexualmente. Entre los puteros hay un guardia civil retirado y empresarios de renombre. Era una auténtica red, donde mujeres también eran captoras. Todos se han beneficiado de una rebaja de penas porque el proceso judicial se ha demorado 10 años ante la falta de medios suficientes. 

No sé si siempre faltan medios, o a veces es solo cuestión de interés por parte de la justicia. Lo digo por el caso de Ana Buza, que no es de violación, pero apareció muerta en una autovía en 2019. Su novio dio hasta cuatro versiones, entre ellas un accidente donde él no sufre ni un rasguño. Y la juez se creyó el último argumento: un suicidio. En 36 horas se cerró el caso sin esperar resultados de autopsia, ni informe de la Guardia Civil de Tráfico, ni declaración del equipo del 112… Días después, la psicóloga de la joven comunicó que Ana confesó estar agobiada por su novio, al que definía como celoso o controlador. Cuando el padre de Ana habló, la juez le respondió: “Su hija se ha suicidado, está clarísimo, ¿se entera o no se entera?”. Ahora ese padre sigue luchando para que se haga justicia. 

La misma hipótesis, el suicidio, es la línea de investigación estancada de la desaparición de una camarera en un barco del CSIC, Mari Carmen Fernández. Antes de subirse para trabajar por última vez en el barco, llamó a su marido y a su hermano para advertir que a bordo del buque se encontraba el compañero que ella denunció por violación en 2019. Se archivó el caso tras llegar a un acuerdo. El CSIC la obligó a hacer un curso sobre acoso sexual siendo ella la denunciante. 

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Así avanzan estos tipos, el abuso y el machismo. Entre contratos para cubrirse las espaldas y a veces una sociedad y justicia que por inacción pone una sonrisa de alivio a los agresores.

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