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Joan Tapia

Presidente del Comité Editorial de EL PERIÓDICO.

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11-S: siete años después

Desinflamación. El independentismo aguanta el 59% de sus votos de 2017, pero los manifestantes de ahora son solo el 7% de los de entonces

El PSC luce su poder institucional y el independentismo asume el cambio de rasante en la Diada

El independentismo avisa a Illa de que Catalunya "no está pacificada" en la Diada menos concurrida

Manifestación de la Diada frente la Estació de França / FERRAN NADEU

¿Qué nos dice la Diada de 2024? ¿73.500 manifestantes son muchos, o pocos? Respecto al millón de 2017, el año de la Declaración Unilateral de Independencia (DUI), son muy pocos. Pero no tan pocos, en un momento mucho menos tenso.

El “flash” que más retrata lo sucedido es el de la crónica de Alex Gubern: “normalidad en la Diada institucional y pinchazo en la Diada indepe”. Normalidad institucional, porque no hubo ni un incidente relevante en la ofrenda floral de la mañana ante la estatua de Rafael de Casanova. El Govern y los partidos hicieron su ofrenda en ausencia casi total de los silbidos de otras ocasiones. Y en el recital de la noche, ante las cuatro columnas de Puig i Cadafalch de Montjuïc -presidido por Salvador Illa, siguiendo el guión marcado por su antecesor Pere Aragonès- tampoco pasó nada.

La elección de Illa es un cambio de época. Por primera vez desde 2012, cuando la segunda elección de Artur Mas, la Generalitat no tiene un president comprometido con 'el procés'. Pero no ha sido un cambio radical, porque Illa necesitó los votos de la independentista ERC, logrados tras un pacto laborioso que acuerda una “financiación singular” de Catalunya. Para los republicanos, “un concierto fiscal”.

Además, el segundo partido de Catalunya (Junts) y el tercero (ERC) son independentistas. Por eso el acierto de Illa ha sido proponer un cambio sin traumas. Pasar página del 'procés', pero prometiendo gobernar para todos. El PSC siempre intuyó que 'el procés' debería superarse mirando al futuro, no removiendo los choques del pasado. Ya en la campaña de 2017 -y le costó votos que, irritados con 'el procés', fueron a C´s, que ganó aquellas elecciones- Miquel Iceta, entonces candidato del PSC, afirmó que la solución pasaría por indultos a dirigentes independentistas que, antes del juicio, ya dormían en la cárcel.

Fruto de sus errores, una DUI que rompía con el Estado de derecho y que fracasó con la aplicación del 155, apoyado por Rajoy y Sánchez, y la fantasmal idea de que Europa, o al menos una parte, negociaría con el “nuevo Estado”, el independentismo fue perdiendo credibilidad. Lo que prometieron no se cumplía. Y hasta la presidencia de Aragonès -cuando se recomponen relaciones con el Estado- ningún cargo de la Generalitat fue recibido en Bruselas. Y el fracaso agudiza las divisiones que ya existían desde antes.

Otra cosa es que instancias judiciales europeas hayan obstaculizado la extradición de dirigentes independentistas, pues el “rigorismo” del Supremo (prisión incluso anterior al juicio por actos sin violencia) ha levantado reticencias en medios jurídicos de muchos países.

El independentismo ha perdido el poder porque -fruto de la pérdida de sentido de la realidad en el 2017- ahora solo ha mantenido el 59% de los algo más de dos millones de votos que obtuvo entonces, en las elecciones convocadas por Rajoy tras el 155. Pero 1.241.000 votos son aún muchos y no se puede construir una Catalunya normalizada ignorando esta realidad. Catalunya es un gran transatlántico que no admite bruscos cambios de rumbo.

Lo que sí ha demostrado este 11 de septiembre es que la desinflamación -condición previa a toda normalización- ha funcionado. Ya pasó con los indultos y la desaparición en las calles de los lazos amarillos y se ha ido viendo en las sucesivas 'manis' del 11-S. Las cifras lo dejan claro. En las elecciones del 12-M, el independentismo ha perdido porque dejó de tener muchos votos, pero conservó el 59% de los del 2017. En cambio, los manifestantes independentistas del pasado miércoles fueron sólo el 7% de los de entonces.

La aspiración a la soberanía plena sigue ahí, pero la gran inflamación -la exigencia de una independencia exprés y unilateral- se ha desplomado. Un 59% de los de 2017 sigue votando soberanista, pero sólo un 7% de los de entonces sale a la calle y grita: “ni nos han pacificado, ni estamos pacificados”.

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La desinflamación es irrefutable. La normalización es algo más complejo y se puede ver desde prismas distintos. En todo caso, es un objetivo más ambicioso que solo ha empezado y que necesitará mucha discusión y diálogo. El país es plural, el Parlament está muy fraccionado y nadie puede pretender ser el único en hablar en nombre de Catalunya.

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