De pequeña, en la escuela primaria, casi pierdo el pabellón auditivo izquierdo por culpa de las matemáticas. Cuando me sacaban a la pizarra, también llamada «encerado» en aquella lejana nebulosa, me turbaba del tal forma que no me salían las divisiones por tres cifras. Me quedaba clavada cual sombrilla en la playa. La maestra le tomó ojeriza a mi oreja, llevándola al límite de su torsión cartilaginosa. Si lo pienso, aún me duele. Las divisiones largas no me entraban. Tenían barrado el paso porque mi infantil cabeza se encontraba en otro lugar muy distante, jugando al cróquet con Alicia en el jardín de la reina de corazones, «¡que le corten la cabeza!». A la maestra, también. En compensación, las cuentas de la vieja siempre se me han dado muy bien y, además, el caso que hoy nos ocupa no va de divisiones, sino de restas.
La espiral de la libreta Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
Vivienda: el vapor de la olla exprés
Las cuentas de la vieja, toscas y apresuradas, dejan unos 400 euros limpios al inquilino de a pie después de pagar el alquiler. Urge un plan de Estado que involucre a todas las administraciones
Dos personas miran carteles de pisos de alquiler y compra en una inmobiliaria de Barcelona. /
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