Limón & vinagre Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos

Octavi Vilà: elogio del silencio, la serenidad y la sencillez

Ha vivido 43 años de laicidad entre papeles y periódicos, conoce la tecnología y las redes, la historia del siglo XX y la importancia de la comunicación

El abad de Poblet, Octavi Vilà, explica el asalto que han sufrido en el archivo Tarradellas / ACN

Es un 6 de febrero y, en el monasterio de Poblet, hace frío. En las celdas de los monjes, no tanto como hace años, porque han mejorado las condiciones ambientales y porque, gracias a las placas solares y al gasóleo, la temperatura ya no es glacial. Pero el claustro, cuando suena la campana de las cinco menos cuarto de la madrugada que despierta a la comunidad, es un congelador. Toda la mole del monasterio lo es, desde la portalada flanqueada por las torres hasta el cimborrio, desde la Puerta Dorada al refectorio y al antiguo dormitorio medieval, desde los huertos y la viña al cementerio. Antes de la campana, el padre abad, fray Octavi Vilà, ya está de pie y consulta el correo electrónico. No lo hace todos los días, pero se ha levantado antes de Maitines (le ha despertado una alarma del móvil), y tiene tiempo de mirar la correspondencia. La noche anterior recibió dos llamadas de un número desconocido. Como no suele contestar si no conoce al interlocutor y, ya que el silencio es riguroso y la taciturnidad se cierne sobre Poblet desde las Completas, a las ocho y media de la noche, hasta el día siguiente, después de Laudes, a las siete de la mañana, fray Octavi Vilà es desconocedor de que el teléfono que sonaba era el de la Nunciatura. Querían comunicarle que el Papa le nombraba obispo de Girona. No lo sabrá, pues, hasta que abra el correo y se dé cuenta de que el número desconocido provenía, por así decirlo, de la embajada del Vaticano. Atraviesa el claustro gélido, se atavía con la cogulla blanca, el hábito para el coro, y preside los Maitines, a las cinco y cuarto. Después, en su celda, antes de Laudes y de la Misa conventual, antes del desayuno de las nueve, tiene un rato para pensar en la colosal sorpresa. Tampoco lleva tanto como abad. Fue bendecido como tal otro febrero, nevado, el de 2016. Ahora duda. Lo consultará con el arzobispo de Tarragona y con un asesor espiritual. Le vienen a la cabeza las imágenes de hace veinte años, cuando decidió pedir una excedencia de la Hemeroteca de Tarragona donde trabajaba para pasar dos meses en la hospedería del monasterio. Para calibrar, después de haber tenido contacto con Poblet desde pequeño (el padre llevaba las cuentas y él mismo era miembro de la Germandat que acogía a los laicos voluntarios) si era capaz de soportar las servidumbres de la vida monacal (el frío, también: era en invierno), la persistencia de las horas litúrgicas, las reglas de San Benito y la austeridad de los cistercienses.