Es una oda a la masificación. Un evento más comercial que cultural, lo sabemos. A menudo, las grandes colas las provocan autores que poco tienen que ver con la literatura. Mediáticos, influencers varios, cocineros, deportistas o gurús del momento atraen a un público que tanto busca un libro como una foto junto a su ídolo. Al lado del famoso de moda, el escritor sin gloria (comercial) espera la llegada de algún conocido. Al menos, no sentirse el mono triste de la feria. Sant Jordi es un aparador precioso, también agobiante, agotador, el pavor de los introvertidos. Una pantomima, se lamentan tantos. Una farsa en la que una multitud vive por un día -solo por un día- el hechizo de la literatura. La Cenicienta accediendo al baile. Las fotos quedan fantásticas: esas calles abarrotadas de gente, con libros y flores en primer plano y los escritores acaparando los focos. Inevitablemente, aflora el orgullo de sentirse una sociedad culta, amante de los libros y considerada con sus autores. Un espejismo, claro. Un vergel imaginado entre las áridas dunas de la cultura. ¿Un sueño hipócrita y vanidoso?
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La utopía de Sant Jordi
La festividad es un aparador precioso, también agobiante, agotador, el pavor de los introvertidos
Diada de Sant Jordi. Ambiente en La Rambla. /
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