El 28 de octubre de 2017, Carles Puigdemont se fugó a Francia en el asiento trasero de un coche con cristales oscuros. Desde entonces, han pasado 6 años, 5 meses y 17 días, sin pisar ni su pueblo, ni Girona, ni Catalunya, ni España. Son tantas las cosas que han pasado desde entonces que el mundo que dejó le resultará poco reconocible si decide volver. Doy por descontado que él escucha RAC1 mientras desayuna, que lee más prensa catalana y española que nadie y que sigue las redes desde su cuenta de X. No es alguien que se haya marchado para olvidar. Sin embargo, 2.363 días son suficientes para padecer el síndrome del destierro. Aquel que lleva a vivir en un universo paralelo, a usar un lenguaje enmohecido y a mirarse cada mañana en un espejo que se va deformando con el paso del tiempo.
Elecciones en Catalunya Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
El universo paralelo de Puigdemont
El espejo en el que se mira el líder de Junts produce el mismo efecto que los ‘miramiralls’ del Tibidabo. Imágenes para la risa y otras para la congoja
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L’expresident de la Generalitat i candidat de Junts, Carles Puigdemont, dimarts passat. | GLÒRIA SÀNCHEZ / EUROPA PRESS
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