Una ciudad que se puede recorrer a pie y que lo tiene todo cerca es bastante imposible si no tienes dos buenos pulmones y tiempo. La lucha por la movilidad sostenible tiene dimensiones planetarias y urbanistas, empresarios y políticos han zarandeado los destinos de las gentes de sus ciudades en su batalla por una vida cómoda, por la conciliación entre el trabajo y la familia, por el disfrute del tiempo que nos ha sido dado. Que el tranvía en Barcelona cumpla 20 años consecutivos de servicio, con un futuro despliegue en el horizonte, es extraordinario, como lo es su pasado luminoso, que fue truncado por la fiebre por el motor. La relación de amor-odio de Barcelona con el tranvía no es una anomalía, y ese hilo que nos ata a toda la humanidad y alcanza las antípodas nos lleva también por ejemplo a una ciudad como Sídney, en Australia, que estrenó el tranvía arrastrado por caballos antes que nosotros, ya en 1879, que se modernizó antes, con una fase de vagones movidos con la fuerza del vapor y que mantuvo una formidable flota que en su era dorada generó 405 millones de viajes diarios y extendió 291 kilómetros de vías.
El compromiso por la movilidad
Barcelona- Sídney: de los tranvías en llamas a los raíles del futuro
La despedida en 1961 del último tranvía en funcionamiento en Sídney fue de todo menos civilizada, con vagones ardiendo, en los que los historiadores recuerdan como el mayor acto de vandalismo público organizado de la nación
Trazado previsto del nuevo tranvía de Sídney, en Parramatta /
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