Sorpresa, el ascensor del metro está averiado. Un contratiempo así puede entorpecer mucho el tránsito de un viajero con maletas, incluso con un cochecito de bebé. Dificultar la movilidad de alguien con bastón, con muletas. Impedir la del que circula en silla de ruedas, que tendrá que ingeniarse otra ruta, desde la misma estación, enlazando con otra estación que si todo va bien sí cuenta con ascensor. Pero lo peor de un contratiempo es lo que no se ve: el miedo a que vuelva a suceder, la desconfianza en el transporte, y, en consecuencia, la expulsión de la red pública de una parte de la población que deja de contar con ella. Si en el metro hay menos cochecitos y sillas de ruedas que en los autobuses es porque el servicio no da garantías, porque aún hay demasiadas estaciones sin adaptar, algunas con promesas aplazadas largamente, como la de la plaza de Sants.
Movilidad excluyente
La ciudad sin ascensor
Lo falta de elevadores en estaciones estratégicas del metro supone la expulsión de la red pública de una parte de la población, que deja de contar con ella y sufre las consecuencias una resignación injusta desde su vulnerabilidad
Gustavo -a la derecha- baja al metro con una muleta en Plaça de Sants, una de las paradas del metro de Barcelona sin ascensores. /
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