El 15M fue muchas cosas. Una de ellas, un seísmo político generacional. Los días de acampadas en las plazas de las principales ciudades españolas, en la conversación pública se podían identificar tres grandes comunidades. Los más jóvenes acampaban, practicaban la democracia asamblearia y ponían en práctica la organización horizontal, que ya era su modus vivendi digital. Sus mayores inmediatos --profesores universitarios, activistas forjados en los Foros Sociales Mundiales (de Seattle a Porto Alegre, pasando por Génova), admiradores de Susan Sontag y teóricos de la Tasa Tobin-- afilaban sus lecturas, afinaban sus discursos y preparaban los artefactos políticos, convencidos de que se encontraban ante una oportunidad única de reformular el sistema de partidos en España. En el tercer grupo se encontraba la generación que se hizo mayor con el felipismo y que, sin comerlo ni beberlo, se vio encuadrada en la trinchera del ‘establishment’. Aquellos días fueron más críticos y duros con los ‘perroflautas’ aquellos cuarentones progresistas de toda la vida que la propia derecha. Entendieron, y no les faltaba razón, que en la impugnación total al ‘régimen de la transición’ del 15M se incluía una demoledora crítica a su pactismo, a su socialdemocracia, a su triangulación, a su tercera vía, a su izquierda moderada y responsable. Algo así como: ¿veis cñomo sí se podía?
Partidos políticos Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
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