Desconfien de los que veneran a Puigdemont, pero también de los que lo menosprecian. Puigdemont polariza, y alrededor suyo gravitan dos polos opuestos, unos que lo idolatran acríticamente, otros que lo odian sin entenderlo. Son en realidad dos caras de una misma moneda, viven de él y lo exprimen como una sanguijuela. Para analizarlo objetivamente hay que huir de los extremos y aproximarse a él con frialdad cirujana. El principal acierto de Puigdemont es haber edificado minuciosamente su propia mitología: por mucho que ya la haya utilizado en otras elecciones, la leyenda del presidente restituido funciona, y ayuda a movilizar al independentismo creyente, justamente el que está más deprimido y falto de un relato que lo saque de la cruda y dura realidad. La epifanía del president que vuelve sirve a la vez para neutralizar a la vez la tentación de las cuartas vías, la de la abstención y la del ‘orriolismo’ friki, los tres puntos por donde pierde agua su espacio. Su comparecencia en Elna tenía este primer objetivo, pero no era el único. Lo verdaderamente relevante de su puesta en escena fue la descarada abolición de cualquier referencia a su propio partido, del que sin ningún pudor se suprimió cualquier mención, cualquier logo e incluso cualquier similitud de colores.
Elecciones 12M Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
Puigdemont, 'copyright' Trias
Puigdemont intenta la misma pirueta que Trias en las municipales: esconder las siglas sin que sepamos si corre hacia la independencia o vuelve a Convergència
Carles Puigdemont. /
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