Cuatro años han pasado del estado de alarma decretado por la pandemia, y en mañanas de fin de semana, asomarse al balcón silencioso da aún un ligero escalofrío. Un millar de días han pasado atropelladamente pero son solo una arruga en el tiempo, y aquellos momentos de corazón en un puño, calles vacías y restricciones, de incertidumbres sobre lo imposible, han dejado una huella imborrable en todos los que los atravesamos. La huella sigue ahí, pero la certeza de que todo iba a cambiar, no. Más allá del debate sobre la gestión sanitaria, la propagación del covid llegó de la mano de la crisis por el calentamiento global irreversible. Vimos claro que se acabaron los viajes en avión a mansalva, sin remordimientos y a precios bajos: la pandemia estaba altamente relacionada con la globalización y la crisis climática, la deforestación que permitía y permitirá la propagación de virus desconocidos y alta letalidad.
Políticas ambientales
El verano de las garrafas de agua embotellada
La pandemia nos noqueó hace cuatro años de la mano de los peores pronósticos climáticos, pero las políticas ambientales que dibujó la crisis están estancadas
Un grifo llena un vaso de agua. /
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