Todos tenemos un trauma turístico, un lugar arruinado y asolado por la sobreexplotación y el ansia de negocio del que quisimos huir nada más pisarlo. El mío es el famoso Lago Azul de Malta, en la pequeña isla de Comino, entre las islas de Malta y Gozo. Se trata de una pequeña bahía de aguas cristalinas de aspecto paradisiaco al que se accede por barco. Cuando lo visité (no creo que haya cambiado mucho) el lugar está abarrotado de turistas, que se acomodaban en tumbonas y sombrillas de alquiler que no dejaban ni un centímetro libre o en las zonas rocosas que rodeaban el mar, uno junto al otro, casi tocándose. En los pocos espacios libres se alzaban chiringuitos que servían bebidas y comidas a precio de oro dotados de grandes altavoces que escupían música de baile (chumba, chumba) a todo volumen. El lago en sí, una hermosa bahía, estaba frecuentado como un vagón del metro a la vuelta del trabajo, donde era casi imposible nadar unas brazadas sin chocar con algún turista.
Décima avenida Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
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La industria del turismo masivo uniformiza la experiencia de viajar, creando parques temáticos idénticos en los que fotografiarse y consumir
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