En 1890, cuando ya sufría la tuberculosis que acabaría con su vida, Anton Pavlovich Chéjov, emprendió un viaje larguísimo, pesado y lleno de incertidumbres e incomodidades diversas, hasta el extremo este de Siberia, a la isla de Sajalín, en el Pacífico, junto al Japón. Quería experimentar de primera mano las condiciones en las que malvivían no sólo los convictos de las cárceles de aquel lugar inhóspito, gélido y lúgubre, sino también el resto de la población, reunidos todos en un penal al aire libre, por decirlo así, del que nadie podía escapar o que, si lo hacían, inevitablemente morían en el intento.
Gárgolas Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
El infortunio
Esta vez, para la estrategia criminal de Putin, no han sido necesarios repentinos accidentes domésticos, asesinatos a sangre fría o invocados suicidios falsos
El opositor ruso Alekséi Navalni, durante una apelación contra su orden de encarcelamiento. /
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