Sorprende que Carles Puigdemont, que ha mostrado cierta astucia desde que huyó a Waterloo –la suficiente como para llevar de cráneo a la justicia española– haya acabado enfangado en el barrizal de reuniones secretas con personajes y personajillos cercanos a Vladimir Putin. Él, que hizo de Europa su trinchera jurídica se ha metido en un lio que le ha dejado como un apestado político en las instituciones europeas. ¿A quién se le ocurre entrevistarse en el Palau de la Generalitat, el 24 y 25 de octubre del 2017, dos días antes de la declaración de independencia, con Sergei Motin, que decía ser un exgeneral ruso, y con Nikolai Sadovnikov que se presentaba como emisario del Kremlin? ¿A quién se le ocurre, cuando Barcelona, aquellos días, era la ciudad de Europa con más espías por metro cuadrado? Sólo se le podía ocurrir a un político tan inexperto como insensato. Capaz de ponerse delante de la manifestación, pero incapaz de darse cuenta de lo que estaba en juego. En Catalunya, pero también en España y en Europa.
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El talón de Aquiles de Puigdemont
¿A quién se le ocurre entrevistarse en el Palau de la Generalitat dos días antes de la declaración de independencia, con Sergei Motin, que decía ser un exgeneral ruso, y con Nikolai Sadovnikov que se presentaba como emisario del Kremlin?
Puigdemont durante una sesión del Paralmento Europeo. /
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