A medida que la emergencia hídrica se despliega y la lista de restricciones que se derivan de la mala salud de nuestros embalses toma forma, nuestra relación con el agua cambia. Ya no es que nos alarme un grifo que gotea, o que tengamos un reloj climático metido en el cerebro que cuenta el tiempo de ducha, los días entre riegos, la duración de las lavadoras, los hectómetros cúbicos de la factura. También hay una añoranza del agua inagotable, que entronca con aquellas añoranzas que empezamos a sentir cuando irrumpió la pandemia en nuestras vidas en 2020. Vivimos entonces la añoranza de la libre movilidad, durante un tiempo, del aire sin el filtro de la mascarilla, de los besos y abrazos que se regalaban como si no tuvieran precio, cuando todo tenía un precio aunque no lo sabíamos.
Emergencia
Sobre el derecho a darse un baño
Somos agua, una cultura de baños de mar, de disfrute de ríos y piscinas, de balnearios, en torno al nuevo oro líquido
Consejos para una ducha exprés /
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