Ley trans Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos

Quima, atleta catalana del año

La montaña no ha conseguido todavía transformar un cuerpo de hombre en un cuerpo de mujer, por lo menos de momento. Todo se andará

Dos participantes en la última edición de Cavalls de Vent, que a partir de este año se llama Ultra Pirineu. / JORDI CAYAMERES

Si en la montaña Quim se siente Quima, hace santamente de competir contra otras señoras y llevarse el jamón de premio como primera clasificada. Así la gente podrá decir que menudos jamones tiene Quima. La montaña es muy rara, con sus cuestas, sus pinos, sus arroyos y sus cabras triscando, no es extraño que produzca metamorfosis sexuales en los humanos. El aire puro es traicionero, estamos tan acostumbrados a respirar el humo de las ciudades, que uno se va a la montaña y, a la que hincha los pulmones creyendo llenarse de salud, le puede ocurrir cualquier cosa, incluso sentirse mujer. Si aceptamos con una sonrisa que a veces un hombre asegure sentirse como un chaval -incluso le felicitamos-, por qué no vamos a aceptar que se sienta señora. Más de un caso ha ocurrido, lo que pasa es que, al no tratarse de deportistas, no ha trascendido. A quién le va a importar que a 1.500 metros de altitud José se sienta Josefina, si es algo que queda entre la montaña y ella, y no va a ganar ningún jamón por ello. La Ley trans se hizo pensando en estas tesituras. Probablemente, un día la exministra Montero -o Montera- se fue de pícnic con Pablo Iglesias de su alma con la esperanza de un bucólico revolcón tras la comilona y, al sufrir este la transformación de género habitual en alta montaña, se quedó con las ganas. Situaciones como esa dan que pensar, y más si eres ministra. Así nació la Ley trans, para regular el revoltijo; y que, quien se sienta mujer, se convierta en mujer y pueda llevarse un jamón a casa.

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