Tengo en casa, en una pared, un reloj de cerámica divertido, con un gato enroscado plácidamente entre las indicaciones de las tres y las nueve. Los minuteros que deberían girar y molestarlo periódicamente a su paso por la franja horaria donde está dibujado no lo hacen: duerme feliz porque algo falla en el mecanismo y aunque tenga pilas nuevas, el reloj calla, quieto. Cuando lo miro pienso en el “aquí y el ahora” que invita a no hacer nada, porque junto a esa pared del comedor el tiempo no pasa y si no pasa se puede crear una burbuja única donde todo está bien, controlado, no hay prisa ni angustia ni tampoco dolor. Ese reloj de cerámica es la némesis del reloj del apocalipsis, ese del que tanto de habla estos días porque los científicos que custodian su engranaje simbólico, que a partir de fórmulas y cálculos de probabilidad aventura cuánto falta para el desastre del fin del mundo, lo han ajustado y nos han dicho que ya estamos oficialmente a 90 segundos del fin de la humanidad: el cóctel de guerras abiertas, riesgos nucleares y de pandemias, calentamiento global y otras crisis climáticas nos han empujado al abismo de nuestra historia. ¿Cómo no estar angustiados?
Salud mental juvenil
Vivir cuando el apocalipsis está a 90 segundos
Seguimos contando en Catalunya con 730 niños y adolescentes en situación de extrema angustia, que es lo más parecido a un dolor tan intenso que uno quiere bajarse de este mundo que apenas ha experimentado.
Miembros del comité científico del Reloj del Fin del Mundo /
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