Si la cosa sigue al mismo ritmo que ahora, dentro de nada solo creerán en el infierno los lectores de Dante y los espectadores de los Pastorets. Para los más leídos, el infierno ha sido siempre un espacio de “llanto y crujir de dientes”, como dice el Evangelio según Mateo, con un “horno encendido” que arde por toda la eternidad. Dante describe múltiples sufrimientos y Giotto los pinta, en los Scrovegni, por ejemplo, con cuerpos desmembrados e imágenes terroríficas. Y, después de Giotto, Hyeronimous Bosch, acaba de completar el panorama, con pavorosas torturas y excéntricos diablos de múltiples pelajes. Para los que acceden con mayor ligereza a la cultura popular, el infierno ha sido siempre una escenografía de las calderas de Pere Botero, un inframundo de decorados frágiles y trampillas teatrales con un elenco dramático que se desternilla con la grandilocuencia que quiere ejercer el abatido Lucifer ante el Altísimo.
Gárgolas Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
Los papas y los infiernos
Benedicto XVI ya se cargó el limbo y el de ahora imagina un espacio sin habitantes. Un infierno sin damnificados es poco pavoroso
"Me gusta pensar en un infierno vacío": el Papa indigna (de nuevo) al flanco tradicionalista de la Iglesia
El papa Francesc, a la plaça de Sant Pere del Vaticà, l’estiu passat. | ETTORE FERRARI / EFE /
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