Entrevista

José Ángel González Sainz: "Es fundamental huir de uno mismo, de la pelmada esta de la identidad. La izquierda era la emancipación de todo origen”

El escritor, ensayista, profesor y traductor español José Ángel González Sainz en el Circulo de Bellas Artes, en Madrid.

Elena Pita

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J. A. González Sainz baja de Soria a Madrid sobre el mismo traqueteo que traía a don Antonio (Machado) allá hace un siglo. Para montar una escuela del español y su cultura que lleva el nombre del poeta, dejó atrás media vida como profesor universitario en Venecia y Trieste. Cosechó legiones de lectores con 'La vida pequeña. El arte de la fuga' (Anagrama, 2021): escritura de fuste que él dice; necesaria, consciente, bella. En un Madrid enfermo de ruido, hablamos en susurros sobre la amoralidad del poder, que tanto le entristece.

-Parafraseando a Joyce, ¿a qué profundidad del alma escribe usted?

A la única profundidad en la que podemos diferenciarnos de la Inteligencia Artificial: a la mayor profundidad del alma, palabra que sigo utilizando con contundencia. Profundidades que existen en tanto buscas y construyes tu conciencia, pero si ya nacemos enseñados a reírnos de lo que significa espiritualidad, la IA y la tontería natural tendrán todo el campo a su antojo, porque la estupidez campa por sus respectos y no entiende de brechas generacionales, sino que va en aumento.

-Se hallaba en la escritura de la segunda parte de este ensayo ficcionado que creó “una especie de secta” –dijeron de 'El arte de la fuga'–, pero se le cruzó el hastío, el enfado, la preocupación por lo que sucede. ¿Y bien, qué saldrá de este enfurruñamiento?

Espero que no sea una secta, sino lectores reales, personas que van buscando. Tengo un sentido muy campesino de la lectura: el lector va a recoger cosas para su espíritu, su persona, su conciencia. Para ponerse en duda: lo contrario de esto que llaman autoestima. Cada libro es un esfuerzo de volver al mundo, y cada momento tiene su registro; y si bien es cierto que por oficio podrías acometer lo que fuera, éste no era el momento adecuado para continuar con la trilogía.

-Hábleme entonces de 'Por así decirlo', su próxima entrega, ¿airada?

Son cuatro disparates muy alegóricos sobre el poder, cuatro resplandores en la línea de Cervantes, Pirandello, Kafka o Goya.

-Sainz, volvió usted a España harto de un país, Italia, que se había vuelto insoportable. Dígame, ¿qué ha encontrado aquí a su regreso?

(Le cuesta, pero consigue sonreírse). Un país empeñado en persistir en sus propios defectos, y que entre gritos y risitas va a peor, sobre todo en cuanto a política. Corremos el riesgo de hacer otra transición, pero esta hacia la dictadura, y a los que hemos tenido grandes sueños políticos esto nos apena mucho. Una democracia vigilante es más que suficiente. Porque al poder, a aquellos a los que se les ve vocación de tirano, hay que vigilarlos. A falta de religiones, las ideologías engatusan al ciudadano manipulando palabras e imágenes. Me entristece esta vida, tener que estar pendiente de la radio y los periódicos, alerta: preferiría no hacerlo.

-En las ciudades uno ama y vive sin darse cuenta, recoge usted de Albert Camus. ¿Huyendo de la vida, así hemos vaciado media España?

Es el resultado de un proceso de emigración de decenios. Durante el franquismo los beneficios se volcaron en regiones concretas (País Vasco, Catalunya, Madrid): la emigración hacia esos territorios ha construido España. En el campo la vida es más saludable, pero la gente es cobarde, o como dijese Clint Eastwood: “El frío mantiene alejados a los idiotas”.

-No se reconoce “errante” pero en su literatura, en su vida también, siempre hay fugas, regresos, refugios, huidas. ¿Así le ocurre por llevar las emociones a flor de piel?

No, yo soy muy racional: la razón es todavía la mayor baza del ser humano. Esta moda de emotividad irracional me parece fascista, aunque la utilice la izquierda como bandera. La razón no es totalitaria, en cambio los sueños del pueblo engendran tiranos: la 'res pública' ha de estar regida por la razón y no por los sentimientos, como vociferan los populismos contemporáneos.

-Uno se mueve por la necesidad de encontrar la belleza, según Peter Handke. Y “para acompasar el deseo de vivir en un sitio con el deseo de hacer cosas precisamente allí”, según usted. ¿Por eso necesitó volver a su lugar de origen (Soria, 1956) y al origen de las palabras fundando el Centro Internacional Antonio Machado?

Aunque siempre tuve el deseo de volver a vivir en un pueblo pequeño, en realidad lo hice porque mi ciclo italiano se agotó. Pero mi lugar de origen son unas luces, el color de la tierra, el aire, un cierto timbre de las voces. Un paisaje donde las relaciones humanas aún son posibles. Ya ni siquiera tenemos enfados con seres humanos, porque quienes nos atienden son las máquinas.

-“Quien no haya sentido nunca un vivo deseo de escapar, de dejarlo todo –escribe–, ha perdido su más íntima capacidad de desear”. ¿Es este el sentido del “deseo útil” según Handke, que hemos confundido con el deseo de poseer?

El deseo de la fuga puede otorgarte un equilibrio. Me gusta conjugar opuestos, buscar los espacios intermedios, evitar pensar que en un extremo está lo verdadero y en el otro, el infierno. La vida es una conjugación permanente, en busca siempre del sentido de la medida y la proporción, el juego de las virtudes artistotélicas.

-¿Huir incluso de uno mismo?, ¿huye usted de sí mismo?

Es fundamental huir de uno mismo, de la pelmada esta de la identidad. La izquierda era la emancipación de todo origen. Yo quiero cambiar y emanciparme de mí mismo. Somos el momento; ahora mismo, somos esta conversación.

-Sainz, la literatura de verdad ficciona el dolor, menormente el júbilo, que el escritor ha sentido en su propia piel. Luego está la literatura documentada y cosida que no emociona. ¿Está de acuerdo?

Suscribo lo que decía Faulkner, un escritor para mí emblemático: la literatura es un tercio trabajo, un tercio experiencia y un tercio imaginación y memoria.

-Así pues, ¿qué sabe usted del padre/madre que ve cómo su hijo se convierte en un enemigo y que sufre por haber creado un monstruo ('Volver al mundo', 'Ojos que no ven')?

La relación con un hijo es algo extraordinario, y solo lo sé ahora que lo que tengo (15 años), pero entonces nada sabía, sólo había sido hijo. La literatura tiene sus misterios, porque maneja también la intuición.

-¿No será que muchos de ustedes en los 70, luego nosotros en los 80, fuimos auténticos monstruos para nuestros padres?

Es cierto. Mi padre murió hace 20 años y vivo mucho más con él ahora que cuando estaba vivo. Tengo una sensación de deuda por no haberle entendido, por aquella necesidad que sentía de romperlo todo, de hacerme enemigo del otro. Y sí, en ese libro y también en 'Volver al mundo' (de 2003 y que acaba de volver a publicarse en edición revisada), hay mucho de esa injusta relación e incomunicación con los padres.

-El carácter es el destino, admitámoslo. ¿Por eso siempre gana el destino, porque el carácter es indomeñable?

Así lo creía Walter Benjamin, pero yo, de nuevo, prefiero conjugar: a veces el destino nos pilla, cuando el carácter está débil o menos vigilante. Y otras, el carácter es tan fuerte que bate al destino. Es un juego este muy fecundo en la literatura.

-Y si el lenguaje es el espejo de los orígenes, profesor, ¿no debiéramos estudiar mejor su etimología para evitar que “la libertad” se cuele en discursos totalitarios?

Abusamos de muchas palabras, sí; por ejemplo: ¿qué dice un político cuando dice diálogo? Cuando las palabras dejan de tener relación con un rastro de realidad o hecho, toman vuelos masturbadores. Quise hace poco escuchar un debate parlamentario, pero no soporto que me engañen con verborrea, y a los 10 minutos tuve que apagar: el ciudadano hablante debería pedir cuentas.

-Es curioso porque usted utiliza las palabras en su justa acepción pero sin remilgo alguno. Términos como cagarro, repatear, cerumen y cientos más… ¿He ahí parte del impacto de su escritura?

Intento una textura del lenguaje rica, utilizar palabras decideras. Tenemos una lengua grandiosa que en los Siglos de Oro se vio obligada a dar cuenta de un mundo desconocido, Felipe II tenía avisadores en todos los confines del planeta, y el resultado es una sintaxis maravillosa y palabras enriquecidas en varios continentes. Me gusta poner palabras antiguas de nuevo en funcionamiento y también, crear otras nuevas. Es obligación del escritor devolver vida al lenguaje.

-Habla de la importancia de la higiene en las palabras, de “pasarles la manopla de cuerda del silencio”. ¿Hacemos ruido para espantar el miedo a la soledad y la falta de amor, enviando dibujitos de corazones y diciendo te quiero sin ton ni son, sin pudor ni rubor?

Es posible que lo hayas dicho muy bien. Las ciudades son un nicho de ruido. Creo que todo comienza en los años 60 con el protagonismo de la batería, la música pasa a ser ruidosa, se sintoniza ruido a modo de música para acelerar las pulsiones consumistas. La gente evita estar acompañada de sí misma, y el ruido acalla hasta esa posibilidad de estar con uno mismo.

-¿Qué es un ejercicio de plenitud y qué, la densidad de presencia? Perdóneme si le ofendo, pero habla usted como un filósofo del budismo. Ofrece en 'La vida pequeña' una definición que reproduzco abreviada: “Dejarte ver y respirar, oír y respirar, estar y respirar; ir sacando a las cosas de la indiferencia hasta conectar con un secreto fondo de la vida que hace que todo esté más cerca de su mejor posibilidad y de tu mejor tú”. ¿Qué maestro meditador le ha instruido?

Hasta ahí he llegado a través de filósofos muy anteriores que rozan el budismo en sus conceptos, sí. Sé que hay profesores de yoga que utilizan mis textos en sus clases. Yo lo que persigo es una literatura de fuste y enjundia, donde la narración vaya mano a mano con la reflexión y la poesía.

-Oiga, en serio hablando, porque pocas cosas hay más serias que el humor, ¿no sería factible esa idea que apunta de “la pistola mata chunda-chundas”?

Ojalá, somos muchos los que sufrimos el ruido, que tanto cuesta al erario público porque vuelve loca a la gente. Brindemos desde aquí la idea a cualquier fabricante que quiera llevarla a la práctica.

-Palabra que por cierto acaba de ser admitida por la RAE y que usted escribe “chuntachunta”, como si fuera aragonés… ¿No le recriminaron en su editorial?

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Con la “t” es más poderosa y ofensiva, pero con gusto cambiaré a la “d”. Y sí, quizá sea influjo del aragonés que ha estado siempre presente en mi familia. Ya te he dicho que soy creador de palabras, como mandasiempre, biopolítica…

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