Yo confieso. Vivo desde hace siete años con un perro al que adoro, Pipo, un chucho callejero, con una oreja subida y otra siempre bajada, pero con unos ojos gigantes y ultraexpresivos. Lo adopté cuando tenía tres años después de que una protectora lo encontrara en una finca agrícola de Huelva, errante y con signos de maltrato, y lo trasladara a un refugio en la sierra de Madrid.
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Los perros, al fin con correa
Maria Alemany, con sus diez perros en un parque. /
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